Viernes de la 33ª semana del tiempo ordinario
1. Abro el corazón a Dios.
Puede servir la repetición de alguna oración breve:
"Gracias Señor porque estás siempre a mi lado",
"Ayúdame a sentir tu cercanía",
"Quiero estar contigo, Jesús".
2. Lectura del Evangelio. Escucho.
San Lucas 19, 45-48
En aquel tiempo, entró Jesús en el templo y se puso a echar a los
vendedores, diciéndoles: Escrito está: «Mi casa es casa de oración»;
pero vosotros la habéis convertido en una «cueva de bandidos».
Todos los días enseñaba en el templo.
Los sumos sacerdotes, los letrados y los senadores del pueblo intentaban
quitarlo de en medio; pero se dieron cuenta de que no podían hacer
nada, porque el pueblo entero estaba pendiente de sus labios.
3. Reflexiono y rezo. Respondo.
¿Qué me quieres decir, Señor? ¿Cómo puedo hacer realidad este evangelio en mi vida?
A. Jesús no sólo es el hombre dulce y tierno que nos habla de
cosas preciosas. Es también el profeta valiente que denuncia la
falsedad, que reacciona ante el abuso, que se enfrenta a los
poderosos... En nuestra vida se han de combinar dos dimensiones de la
vida de Jesús y de los profetas: plantar el amor y arrancar el pecado,
el anuncio de la solidaridad y la denuncia del egoísmo, consolar
corazones desgarrados y remover conciencias conformistas... En mi vida
¿qué tendría que potenciar a este respecto? Pido a Dios luz y fuerza.
Yo soy la persona más tranquila del mundo.
Soy la personificación de la tranquilidad.
Ciudadano calmado, sin manías, sin extremismos,
tranquilo y pacífico. Ese soy yo.
Si hay miseria a mi alrededor, yo ayudo un poquito
y luego me tranquilizo al saber que pocos hacen lo que yo.
En una época de tanto egoísmo,
yo soy de veras un tipo leal y sincero.
¡Incluso rezo todos los días, cosa que pocos hacen!
Pero tú, Jesús, te has acercado a mí...
y me has pedido ser profeta, para gritar tu verdad,
anunciar tu Buena Nueva, ser testigo ante el mundo.
¡Pero Jesús! ¿Yo?... Tal vez este no sea el mejor trabajo,
no sé si sabré hacerlo, además necesitaré prepararme...
La tarea no es nada fácil, necesito arrojo y valor.
Y yo sólo tengo una cosa: miedo.
Desde luego, ser profeta...
es poner tus palabras en nuestra boca,
tus obras, en nuestros hechos,
es ser como tú fuiste. ¡Y acabaste en la cruz!
Mira Jesús, que todo esto es demasiado...
a mí me gustaría, ¡pero es que...
yo no tengo sangre de profeta!
Jesús, Tú escuchas con paciencia mis excusas,
y me miras con un inmenso cariño.
Tienes paciencia conmigo y me ayudas a entender
que sólo tiene vida el que la arriesgar por amor,
que Tú siempre estarás a mi lado
que tu fuerza será mi fuerza,
que tu sabiduría será la mía,
que todo lo puedo cuando voy contigo. Amén
B. Intentaban quitarlo de en medio. El mensaje de Jesús les resultaba
peligroso. Y para colmo, se atreve a echar a los vendedores del templo.
Les parece intolerable. También nosotros tratamos de quitarnos de en
medio a quien nos resulta molesto, al que nos recuerda la verdad, tantas
veces molesta... Lo pensamos y pedimos perdón.
C. Jesús no era un maestro más. Sabía de qué hablaba. Hacía lo que
decía. Era coherente hasta el extremo. No era hombre de medias tintas.
Conocía los problemas de la gente. Por eso y por muchas cosas más, lo
escuchaban con gusto. Nosotros no somos "el Mesías", no somos el Hijo de
Dios. Pero estamos hemos recibido el mismo Espíritu de Jesús y estamos
llamados a ser anunciadores del Evangelio. Si intentamos seguir a Jesús
con autenticidad, aunque estemos envueltos por mil pobrezas, mucha gente
estará pendiente de nuestros labios... y de nuestra vida.
4. Termino la oración
Doy gracias a Dios por su compañía, por sus enseñanzas, por su fuerza...
Le pido que me ayude a vivir de acuerdo con el Evangelio
Me despido rezando el Padre Nuestro u otra oración espontánea o ya hecha.