Lunes de la 34ª semana del tiempo ordinario
1. Abro el corazón a Dios.
Puede servir la repetición de alguna oración breve:
"Gracias Señor porque estás siempre a mi lado",
"Ayúdame a sentir tu cercanía",
"Quiero estar contigo, Jesús".
2. Lectura del Evangelio. Escucho.
San Lucas 21, 1-4
En aquel tiempo, alzando Jesús los ojos, vio unos ricos que echaban
donativos en el cepillo del templo; vio también una viuda pobre que
echaba dos reales, y dijo: Sabed que esa pobre viuda ha echado más que
nadie, porque todos los demás han echado de lo que les sobra, pero ella,
que pasa necesidad, ha echado todo lo que tenía para vivir.
3. Reflexiono y rezo. Respondo.
¿Qué me quieres decir, Señor? ¿Cómo puedo hacer realidad este evangelio en mi vida?
A. Jesús mira, mira con profundidad. No se queda en la
superficie, en las apariencias. Como dice el primer libro de Samuel
16,7: "La mirada de Dios no es como la mirada del hombre, pues el hombre
mira las apariencias, pero Dios mira el corazón".
Parece que no tenemos tiempo para mirar, para contemplar, para descubrir
el corazón de las personas. Tenemos mucha prisa y poco amor.
B. Las viudas de aquel tiempo normalmente eran pobres de solemnidad y
estaban totalmente desprotegidas. Sin embargo, echó todo lo que tenía
para vivir. Los cristianos estamos llamados a compartirlo todo, a dar
incluso la vida. Pero en la realidad ¿cuánto tiempo, cuanto dinero,
cuanta vida compartimos? ¿No se nos habrá pegado demasiado el polvo de
la sociedad individualista y consumista en la que vivimos.
C. ¿Por qué nos cuesta tanto compartir? Cada uno conocerá sus razones
particulares, pero hay dos que nos afectan a casi todos. Por un lado,
confiamos poco en Dios. Si confiáramos más en Dios, no nos apoyaríamos
tanto en las seguridades materiales. Por otro, somos poco conscientes de
todo lo que Dios ha compartido con nosotros, de todo lo que Dios cada
día nos regala. "Todo lo mío es tuyo" dice el padre de la parábola del
hijo pródigo, nos dice Dios a cada uno (Lc 15,32). Si fuéramos fuésemos
más conscientes, compartir no sería un castigo, sería una necesidad que
nace de un corazón agradecido.
Gracias, Señor, por la gente buena y sencilla.
No te sonríen con blancura dentífrica,
desde las páginas de una revista.
No acaparan flashes en los eventos de moda.
No reciben premios en las galas con más glamour
ni las multitudes corean sus nombres
en el concierto de los poderosos.
Pero no lo necesitan, para brillar con luz propia
en el baile de la historia.
Son el hombre justo y la viuda pobre,
el profeta valiente y la mujer perdonada.
Son el peregrino que comparte su mesa y su palabra,
y el caminante que, en su fatiga, bromea y canta.
Son el carpintero y la muchacha, el alfarero y la criada,
el emigrante que no pierde la esperanza.
Son la buena gente, que en lo discreto,
transforma el duelo en danza.
Gracias, Señor, por la gente buena y sencilla.
Hazme bueno y sencillo, Señor."
4. Termino la oración
Doy gracias a Dios por su compañía, por sus enseñanzas, por su fuerza...
Le pido que me ayude a vivir de acuerdo con el Evangelio
Me despido rezando el Padre Nuestro u otra oración espontánea o ya hecha.