Todos los Santos
1. Abro el corazón a Dios.
Puede servir la repetición de alguna oración breve:
"Gracias Señor porque estás siempre a mi lado",
"Ayúdame a sentir tu cercanía",
"Quiero estar contigo, Jesús".
2. Lectura del Evangelio. Escucho.
San Mateo 5, 1-12a
En aquel tiempo, al ver Jesús el gentío, subió a la montaña, se sentó, y
se acercaron sus discípulos; y él se puso a hablar, enseñándoles:
-«Dichosos los pobres en el espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos.
Dichosos los que lloran, porque ellos serán consolados.
Dichosos los sufridos, porque ellos heredarán la tierra.
Dichosos los que tienen hambre y sed de la justicia, porque ellos quedarán saciados.
Dichosos los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia.
Dichosos los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios.
Dichosos los que trabajan por la paz, porque ellos se llamarán los Hijos de Dios.
Dichosos los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos.
Dichosos vosotros cuando os insulten y os persigan y os calumnien de
cualquier modo por mi causa. Estad alegres y contentos, porque vuestra
recompensa será grande en el cielo,»
3. Reflexiono y rezo. Respondo.
¿Qué me quieres decir, Señor? ¿Cómo puedo hacer realidad este evangelio en mi vida?
En la solemnidad de Todos los Santos, la Iglesia nos ofrece
como Evangelio este texto único de las Bienaventuranzas, que bien se
pueden llamar el corazón de la Biblia. Son un retrato de Jesús: fue
pobre materialmente y se sintió pobre y necesitado de su Padre del
cielo, lloró con los que lloraban, fue sufrido... Podemos dedicar un
rato de nuestra oración saboreando los momentos de la vida de Jesús que
nos vengan a la cabeza cuando leamos cada bienaventuranza.
Jesús quiere que seamos bienaventurados, felices, dichosos. Y nos
marca un camino. Damos una mirada a nuestra vida. Hay bienaventuranzas
que vivimos más y podemos dar gracias por ello. Otras nos cuentan mucho,
pedimos fuerza. para hacerlas vida cada día un poco más
Finalmente recordamos a personas que se acercaron mucho al retrato de
las bienaventuranzas. Algunas viven cerca de nosotros, otras, han
muerto ya y disfrutan de la bienaventuranza, de la felicidad eterna.
Otras están canonizadas, en los altares de las iglesias. Damos gracias
por todo lo que nos aportaron y nos siguen aportando.
Gracias, Señor, por todas las personas humildes y limpias de corazón,
que se fían de Dios; por las que comparten con misericordia las
lágrimas de los tristes y se duelen con las injusticias; por las que
tienen hambre de justicia y trabajan por la paz; aunque sean
incomprendidas y perseguidas.
Gracias, Señor, porque crees en mis posibilidades de mejorar y me
llamas para que avance por el camino del Evangelio, camino de la
santidad. Con la ayuda de la comunidad y la fuerza del Espíritu, con el
ejemplo de los santos y de tantas personas buenas, crecerá mi amor a Ti y
a cuantos me rodean.
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Dichosos quienes mantienen sus lámparas encendidas
y las comparten y llevan bien altas para que alumbren
y guíen a quienes andan a ras de tierra sin ellas,
perdidos entre laberintos, heridas y quejas.
Dichosos quienes permanecen en vela,
con el espíritu en ascuas y el cuerpo en forma,
y están siempre despiertos y atentos para quien llega
a medianoche, de madrugada o cuando el sol calienta.
Dichosos quienes se comparten y entregan,
y son fieles a mi deseo y palabra más sincera
y saben vivir como hijos y hermanos,
tengan cargos o sólo mandatos en su haber humano.
Dichosos quienes no buscan quedar bien, ni excusa
en el cansancio, la edad y la dignidad,
ni en el tiempo que pasa, ni en el premio que se retarda,
y mantienen su entrega para quienes los necesitan.
Dichosos quienes, estén dentro o fuera,
no tienen miedo a tormentas ni a sequías,
ni a huracanes, ni a calmas sin brisa,
y mantienen abierta su choza o su casa solariega.
Dichosos quienes no les importa ser pocos
y, menos aún, quedarse sin nada,
porque saben que el Padre está con ellos y les ama,
y les regala cada día lo necesario para el camino.
Dichosos quienes respetan y sirven sin queja
a sus hermanos, aunque les sean extraños,
y quienes ni comen ni engordan sus cuentas
a costa de otros pueblos y de sus ciudadanos.
Dichosos quienes se saben enviados
y se sienten, sin agobio, responsabilizados,
y aceptan ser hijos y hermanos de todos,
y al servir no se sienten humillados.
¡Dichosos mis discípulos!
¡Dichosos vosotros!
¡Dichosos quienes necesitan vuestro servicio!
Florentino Ulibarri
4. Termino la oración
Doy gracias a Dios por su compañía, por sus enseñanzas, por su fuerza...
Le pido que me ayude a vivir de acuerdo con el Evangelio
Me despido rezando el Padre Nuestro u otra oración espontánea o ya hecha.