jueves, 23 de febrero de 2017

Jueves 23 de febrero

Jueves de la 7ª semana del t.o.

1. Abro el corazón a Dios.
Puede servir la repetición de alguna oración breve:
     "Gracias Señor porque estás siempre a mi lado",
     "Ayúdame a sentir tu cercanía",
     "Quiero estar contigo, Jesús".

2. Lectura del Evangelio. Escucho.
San Marcos 9, 40-49

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: El que os dé a beber un vaso de agua, porque seguís al Mesías, os aseguro que no se quedará sin recompensa.
El que escandalice a uno de estos pequeñuelos que creen, más le valdría que le encajasen en el cuello una piedra de molino y lo echasen al mar.
Si tu mano te hace caer, córtatela: más te vale entrar manco en la vida, que ir con las dos manos al abismo, al fuego que no se apaga.
Y si tu pie te hace caer, córtatelo: más te vale entrar cojo en la vida, que ser echado con los dos pies al abismo.
Y si tu ojo te hace caer, sácatelo: más te vale entrar tuerto en el Reino de Dios, que ser echado con los dos ojos al abismo, donde el gusano no muere y el fuego no se apaga.
Todos serán salados a fuego.
Buena es la sal; pero si la sal se vuelve sosa, ¿con qué la sazonaréis? Repartíos la sal y vivid en paz unos con otros.

3. Reflexiono y rezo. Respondo. 
¿Qué me quieres decir, Señor? ¿Cómo puedo hacer realidad este evangelio en mi vida?

Todas nuestras acciones que hacemos tienen su repercusión en nosotros mismos, en los demás, en el proyecto del Reino de Dios.

Las acciones buenas, por pequeñas e insignificantes que parezcan: dar un vaso de agua, sonreír, guiñar un ojo... Cualquier cosa que hagamos nos engrandece, alegra a quien está a nuestro lado, y hace que el Reino de Dios se haga presente un poco más. Es como una pizca de sal que da buen sabor a la vida.

Y las acciones malas, aunque parezcan intrascendentes, también tienen sus reprecisiones negativas. Por eso, este Evangelio nos llama a evitar cualquier ocasión de pecar, de hacer daño, de escandalizar.

Sin embargo, no solemos valorar las acciones pequeñas, sean buenas o malas. ¿Qué te dice Dios? ¿Qué le dices?

Cenar con los amigos,
abrirles el corazón sin miedo,
lavarles los pies con mimo y respeto,
hacerse pan tierno compartido
y vino nuevo bebido.
Embriagarse de Dios,
e invitar a todos a hacer lo mismo.

Visitar a los enfermos,
cuidar a ancianos y niños,
dar de comer a los hambrientos
y de beber a los sedientos;
liberar a presos y cautivos,
vestir a los desnudos,
acoger a emigrantes y perdidos,
sepultar dignamente a los muertos.
No olvidarse de los vivos,
e invitar a todos a hacer lo mismo.

Enseñar al que no sabe,
dar buen consejo al que necesita,
corregir al que se equivoca,
perdonar injurias y torpezas,
consolar al triste,
tener paciencia con las flaquezas del prójimo.
Pedir a Dios por amigos y enemigos,
e invitar a todos a hacer lo mismo.

Trabajar por la justicia,
empeñarse en una paz duradera,
decir no a las armas,
desvivirse en proyectos solidarios,
reducir nuestras cuentas y carteras,
superar las limosnas.
Amar hasta el extremo,
e invitar a todos a hacer lo mismo.

Ofrecer un vaso de agua,
brindar una palabra de consuelo,
denunciar leyes injustas,
parar el viaje de los negocios propios,
cargar con el herido
aunque no sea de la familia,
salir de mi casa y círculo
–chiringuito, grupo o castillo–.
Construir una ciudad para todos,
e invitar a todos a hacer lo mismo.

Realizar el trabajo debidamente.
No defraudar a Hacienda.
Respetar la dignidad de todos.
Defender los Derechos Humanos.
Romper fronteras y guetos.
Dudar de fortunas y privilegios.
Crear desconcierto evangélico.
Amar como él nos ama,
e invitar a todos a hacer lo mismo.

Etcétera, etcétera, etcétera...

Un gesto sólo, uno sólo
desborda tu amor,
que se nos ofrece como manantial de vida.
Si nos dejamos alcanzar y lavar,
todos quedamos limpios,
como niños recién bañados,
para descansar en tu regazo.
¡Lávame, Señor!
¡Lávanos, Señor!

Florentino Ulibarri

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Arranca la mano de piedra,
que aprieta con saña
y apunta con odio,
cocina maldades
y pone cadenas…
Verás cómo crece
la mano de carne
que acuna y aquieta,
que quita cerrojos,
que escribe poemas

Arranca la pierna de piedra
que al pisar aplasta,
que avanza sin norte,
y, cerril, patea.
Verás cómo crece
la pierna de carne,
que baila ligera,
que te lleva, lejos,
donde Dios te llama,
donde el hombre espera.

José Mª Rodríguez Olaizola, sj

4. Termino la oración   
Doy gracias a Dios por su compañía, por sus enseñanzas, por su fuerza...
     Le pido que me ayude a vivir de acuerdo con el Evangelio
     Me despido rezando el Padre Nuestro u otra oración espontánea o ya hecha.