Lunes de la 10ª semana del t.o.
1. Abro el corazón a Dios.
Puede servir la repetición de alguna oración breve:
"Gracias Señor porque estás siempre a mi lado",
"Ayúdame a sentir tu cercanía",
"Quiero estar contigo, Jesús".
2. Lectura del Evangelio. Escucho.
San Mateo 5, 1-12
En aquel tiempo, al ver Jesús el gentío, subió a la montaña, se sentó, y
se acercaron sus discípulos; y él se puso a hablar, enseñándoles:
Dichosos los pobres en el espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos.
Dichosos los sufridos, porque ellos heredarán la Tierra.
Dichosos los que lloran, porque ellos serán consolados.
Dichosos los que tienen hambre y sed de la justicia, porque ellos quedarán saciados.
Dichosos los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia.
Dichosos los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios.
Dichosos los que trabajan por la paz, porque ellos se llamarán «los Hijos de Dios».
Dichosos los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el Reino de los cielos.
Dichosos vosotros cuando os insulten y os persigan y os calumnien de cualquier modo por mi causa.
Estad alegres y contentos, porque vuestra recompensa será grande en el
cielo, que de la misma manera persiguieron a los profetas anteriores a
vosotros.
3. Reflexiono y rezo. Respondo.
¿Qué me quieres decir, Señor? ¿Cómo puedo hacer realidad este evangelio en mi vida?
Dios quiere que seamos dichosos, bienaventurados, felices... No podía
ser de otra forma: es nuestro Padre y nos quiere con locura. Cada día se
acerca a ti para hacerte feliz, a través de la Iglesia, de cualquier
persona, en un momento de oración, de mil formas distintas
“Gracias, Señor, porque buscas mi felicidad”
“A veces te veo como un estorbo para ser feliz.
Transforma mi corazón y mis pensamientos”
Dios quiere nuestra felicidad, pero ¡cuidado! No nos engañemos. Es una
felicidad muy distinta de la que nos ofrece mundo. La felicidad del
mundo es incompatible con el esfuerzo, con la pobreza, con la
persecución... Esta felicidad huye cuando nos falta la salud, la
riqueza... Es demasiado pequeña y frágil para llenar nuestro corazón.
La felicidad de Dios pasa por el sufrimiento, por la lucha por la
justicia y por la paz, no se arruga ante la incomprensión, el insulto,
la calumnia... ni siquiera ante la enfermedad y la muerte.
La felicidad de Dios se construye sobre la fe, la esperanza y el amor. Y
es la única que realmente sacia nuestra sed de plenitud.
¿Qué felicidad buscas? ¿Qué te dice Dios? ¿Qué le dices?
Jesús, gracias por mostrarnos, con tu palabra y tu vida, el camino de la bienaventuranza, de la felicidad más grande.
Gracias
por recorrer el camino de la pobreza. Fuiste pobre, pobre material y el
pobre de espíritu. Naciste pobre, fuiste reconocido y seguido por los
pobres, viviste como un trabajador, no tuviste donde reclinar la cabeza,
moriste sin nada y tu corazón estatu y está abierto en plenitud al
Padre.
Gracias por recorrer el camino de la mansedumbre. Tu
dulzura cautivaba a tus amigos y tu fortaleza aterraba a tus enemigos.
Tu dulzura atraía a los niños y tu seriedad desconcertaba a Pilato y
Herodes. Los enfermos te buscaban, los pecadores se sentían perdonados
sólo con verte. Consolabas a los que sufrían, perdonabas a los que te
crucificaban. Sólo el demonio y los hipócritas te temían. Fuiste la
misma mansedumbre, es decir: una fortaleza que se expresa dulcemente.
Gracias
por recorrer el camino de las lágrimas. Pero no las malgastaste en
llantos inútiles. Lloraste por Jerusalén, por la dureza de quienes no
sabían comprender el don de Dios que estaba entre ellos. Lloraste
después lágrimas de sangre en Getsemaní, por los pecados de todos los
hombres. Entendiste mejor que nadie que alguien tenía que morir para que
el Amor fuera amado.
Gracias por recorrer el camino de la
justicia. Tuviste hambre de justicia, sed de la gloria del Padre. Te
olvidabas incluso de tu hambre material cuando experimentabas el hambre
de esa otra comida que era la voluntad del Padre. En la cruz gritaste de
sed. Y no de agua o vinagre.
Gracias por recorrer el camino de
la misericordia. Toda tu vida fue un despliegue de misericordia. Tú eres
el padre del hijo pródigo y el pastor angustiado por la oveja perdida.
Todos tus milagros brotaban de la misericordia. Tu alma se rompía cuando
te encontrabas con aquellas multitudes que vivían como ovejas sin
pastor.
Gracias por enseñarnos y recorrer el camino de la pureza.
Tu corazón era tan limpio que ni tus propios enemigos encontraban
mancha en ti. Eres la pureza y la verdad encarnadas. Eres el Camino, la
Verdad y la Vida. Por eso eres verdaderamente el Hijo de Dios.
Gracias
por recorrer el camino de la Paz. Eres la paz. Viniste a traer la paz a
la humanidad, a reparar la grieta belicosa que había entre la humanidad
y Dios. Los ángeles gritaron «paz» cuando naciste, y fuiste
efectivamente paz para todos. Al despedirte dijiste: «La paz os dejo, mi
paz os doy» (Jn 17, 27).
Gracias por recorrer el camino de la
cruz. Fuiste perseguido por causa de la justicia y por la justicia
inmolado. Fuiste demasiado sincero, demasiado honesto para que tus
contemporáneos pudieran soportarte. Y moriste.
Y, porque fuiste
pobre, manso, limpio y misericordioso, y porque lloraste y tuviste
hambre de justicia, porque sembraste la paz y fuiste perseguido, por
todo ello, en Ti se inauguró el reino de Dios. Por eso, más allá de la
cruz y la sangre, en tu rostro y en tu vida brilló la luz de la
verdadera alegría, de la bienaventuranza.
Danos fuerza para avanzar con decisión, entrega y esperanza por el camino que tú recorriste.
Adaptación de un texto de José Luis Martín Descalzo.
4. Termino la oración
Doy gracias a Dios por su compañía, por sus enseñanzas, por su fuerza...
Le pido que me ayude a vivir de acuerdo con el Evangelio
Me despido rezando el Padre Nuestro u otra oración espontánea o ya hecha.