Lunes de la 22ª semana de tiempo ordinario
1. Abro el corazón a Dios.
Puede servir la repetición de alguna oración breve:
"Gracias Señor porque estás siempre a mi lado",
"Ayúdame a sentir tu cercanía",
"Quiero estar contigo, Jesús".
2. Lectura del Evangelio. Escucho.
San Lucas 4,16-30
En aquel tiempo fue Jesús a Nazaret, donde se había criado; entró en la
sinagoga, como era su costumbre los sábados, y se puso en pie para hacer
la lectura. Le entregaron el libro del profeta Isaías y,
desarrollándolo, encontró el pasaje donde estaba escrito: "El Espíritu
del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido. Me ha enviado para dar
la Buena Noticia a los pobres, para anunciar a los cautivos la libertad,
y a los ciegos la vista. Para dar libertad a los oprimidos; para
anunciar el año de gracia del Señor". Y, enrollando el libro, lo
devolvió al que lo ayudaba y se sentó. Toda la sinagoga tenía los ojos
fijos en él. Y él se puso a decirles: "Hoy se cumple esta Escritura que
acabáis de oír".
Y todos le expresaban su aprobación y se admiraban de las palabras de
gracia que salían de sus labios. Y decían: "¿No es éste el hijo de
José?"
Y les dijo: "Sin duda me recitaréis aquel refrán: "Médico, cúrate a ti
mismo"; haz también aquí, en tu tierra, lo que hemos oído que has hecho
en Cafarnaúm". Y añadió: "Os aseguro que ningún profeta es bien mirado
en su tierra. Os garantizo que en Israel había muchas viudas en tiempos
de Elías, cuando estuvo cerrado el cielo tres años y seis meses y hubo
una gran hambre en todo el país; sin embargo, a ninguna de ellas fue
enviado Elías más que a una viuda de Sarepta, en el territorio de Sidón.
Y muchos leprosos había en Israel en tiempos del profeta Eliseo; sin
embargo, ninguno de ellos fue curado más que Naamán, el sirio".
Al oír esto, todos en la sinagoga se pusieron furiosos y, levantándose,
lo empujaron fuera del pueblo hasta un barranco del monte en donde se
alzaba su pueblo, con intención de despeñarlo. Pero Jesús se abrió paso
entre ellos y se alejaba.
3. Reflexiono y rezo. Respondo.
¿Qué me quieres decir, Señor? ¿Cómo puedo hacer realidad este evangelio en mi vida?
Jesús fue a su pueblo, a Nazaret. Tuvo que ser un día emocionante para
él. Va a anunciar su mensaje a sus amigos, a su familia, a los
vecinos... Jesús se presenta como las palabras del profeta Isaías: El
Espíritu Santo está sobre mí, me ha enviado a dar la buena noticia a los
pobres...
El Espíritu Santo está también sobre ti. Lo has recibido en tu bautismo y
en la confirmación; lo recibes cada vez que le abres tu corazón. Y has
recibido el Espíritu de Jesús para dar la buena noticia, para curar,
para liberar, para liberar... Pero en muchas ocasiones no somos
conscientes de la presencia del Espíritu en nuestra vida, no acabamos de
creer en su fuerza...
¿Qué te dice Dios? ¿Que le dices?
Los que habían sido sus vecinos primero reaccionan con admiración, pero
después comienzan a cerrarse: ¿No es éste el hijo de José? Aquel día
Jesús cosechó uno de los fracasos más sonoros y dolorosos. Nos cuesta
acoger la Palabra de Dios cuando el heraldo es un conocido, un amigo, un
familiar...
Los nazarenos perdieron una gran oportunidad para conocer mejor a Dios,
para vivir con más esperanza, con más alegría, con más sentido. Cada vez
que rechazamos la Palabra de Dios, también salimos perdiendo.
¿Qué te dice Dios? ¿Qué le dices?
Vine a los míos y los míos no me recibieron.
Me hice como uno de ellos y no me conocieron.
Busqué nuevas formas de presencia:
me prolongué en signos visibles,
me quedé en sus templos y en sus casas,
quise estar en el centro de sus encuentros,
pero ellos apenas se dan cuenta.
Me encarné en el pobre y en el que sufre;
quise hacerme presente en sus debilidades:
curar, compartir, acompañar, servir,
ser testigo firme de toda vida, aún de la más débil;
pero ellos se van por otros caminos.
Me ofrecí como alimento –sabroso pan y dulce vino–
pero el banquete les parece insípido y triste.
Me hice palabra buena y nueva,
y ellos la amordazan con leyes y normas.
Les descubrí los manantiales de agua viva,
y vuelven a las pozas y charcas contaminadas.
Tengo cada día una cosecha generosa
de dones y gracias que quiero repartir,
pero nadie la solicita, y me quedo con mis dones.
¡No hay dolor mayor que no poder darse a quien se quiere!
Tal vez equivoqué la estrategia.
Si me hubiera quedado en un lugar solamente,
seguro que todos irían a buscarme y a pedirme.
¡Me tienen al alcance de la mano,
pero ellos prefieren ir a encontrarme
a oscuros y estériles rincones!
A pesar de todo, renuevo mi presencia.
Me quedo con vosotros.
Me quedo en el centro de vuestra vida.
No me busquéis lejos.
Buscadme en lo más profundo de vuestro ser,
en lo más querido de vuestros anhelos,
en lo más importante de vuestras tareas,
en lo más cálido de vuestros encuentros,
en lo más claro de vuestra historia.
Buscadme en el dolor y en la alegría,
siempre en la esperanza y en la vida.
Os espero.
Florentino Ulibarri
4. Termino la oración
Doy gracias a Dios por su compañía, por sus enseñanzas, por su fuerza...
Le pido que me ayude a vivir de acuerdo con el Evangelio
Me despido rezando el Padre Nuestro u otra oración espontánea o ya hecha.