Domingo de la 11ª semana de tiempo ordinario A
1. Abro el corazón a Dios.
Puede servir la repetición de alguna oración breve:
"Gracias Señor porque estás siempre a mi lado",
"Ayúdame a sentir tu cercanía",
"Quiero estar contigo, Jesús".
2. Lectura del Evangelio. Escucho.
San Mateo 9,36–10,8
En
aquel tiempo, al ver Jesús a las gentes, se compadecía de ellas, porque
estaban extenuadas y abandonadas, como ovejas que no tienen pastor.
Entonces
dijo a sus discípulos: «La mies es abundante, pero los trabajadores son
pocos; rogad, pues, al Señor de la mies que mande trabajadores a su
mies.»
Y llamando a sus doce discípulos, les dio autoridad para
expulsar espíritus inmundos y curar toda enfermedad y dolencia. Éstos
son los nombres de los doce apóstoles: el primero, Simón, llamado Pedro,
y su hermano Andrés; Santiago el Zebedeo, y su hermano Juan; Felipe y
Bartolomé, Tomás y Mateo, el publicano; Santiago el Alfeo, y Tadeo;
Simón el Celote, y Judás Iscariote, el que lo entregó.
A estos doce
los envió Jesús con estas instrucciones: «No vayáis a tierra de
gentiles, ni entréis en las ciudades de Samaría, sino id a las ovejas
descarriadas de Israel. Id y proclamad que el reino de los cielos está
cerca. Curad enfermos, resucitad muertos, limpiad leprosos, echad
demonios. Lo que habéis recibido gratis, dadlo gratis.»
3. Reflexiono y rezo. Respondo.
¿Qué me quieres decir, Señor? ¿Cómo puedo hacer realidad este evangelio en mi vida?
A. Jesús se compadecía. Sentir compasión no
es solamente un sentimiento pasajero de pena. Es ponerse en lugar del
otro, sentir lo que siente el otro y, como consecuencia, comprometerme
por el otro. Dios se pone en tu lugar, le duelen tus penas, se alegra
con tus éxitos, se compromete contigo. Le damos gracias.
Te doy gracias de todo corazón,
Señor, Dios mío,
te diré siempre que tú eres amigo fiel.
Me has salvado del abismo profundo,
y he experimentado tu misericordia.
Me has librado de los lazos de la tentación,
y he experimentado tu misericordia.
Me has hecho revivir, volver al camino,
y he experimentado tu misericordia.
Has curado la fiebre que me impide servir a los hermanos.
Has abierto mis ojos y mis oídos para ver y escuchar a quién me necesita.
Sigue protegiendo mi vida. Sálvame. Confío en ti.
Señor, yo me alegro, porque eres un Dios compasivo.
Me alegro porque eres piadoso y paciente.
Me alegro porque eres misericordioso y fiel.
Señor, mírame. Ten compasión de mí. Dame fuerza.
Protege mi vida. Sálvame. Confío en ti.
Tú, Señor, siempre estás pronto a ayudarme
y a animar mi corazón cuando decae.
Tú, Señor, toma mi corazón de barro
y moldéalo según la grandeza de tu misericordia.
Protege mi vida. Sálvame. Confío en ti.
B. La mies es abundante. ¿dónde está la mies, dónde está el trabajo,
donde está la misión? Está en cada persona, especialmente en las más
pobres, en las que están cansadas y abandonadas, en las descarriadas y
enfermas, en las que no conocen el amor de Dios-Buen Pastor. ¡Que cerca
está la misión que Dios nos da y cuánto nos cuesta verla! Parece que
empleamos demasiadas fuerzas en encontrar excusas para no ir a la mies!
C. Los llamó por su nombre. Hoy Jesús te
llama, te llama por el nombre, a ti personalmente. Te llama porque te
ama, porque quiere hacerte feliz, porque confía en ti, porque quiere
llevar su Evangelio, su consuelo a todas las gentes...
Me llamas por mi nombre, Señor.
No es que me llames como a todos,
así, en un mismo saco.
Me llamas como soy,
conociendo mis límites y mis talentos,
sabiendo de mis dudas y mis certezas.
Me llamas por mi nombre, con mi historia;
conoces mis heridas, y mis posibilidades.
Tú sabes cuál es mi sueño,
y cuál es la meta que pones en mi horizonte.
Tú sabes cuándo me caigo, cuánto te vendo,
cuándo te busco y cuándo te rechazo.
Y siempre, siempre, me estás llamando por mi nombre.
Me llamas por mi nombre,
para que disfrute de tu amistad,
para estar siempre contigo.
Me llamas por mi nombre,
para enviarme al mundo,
comunicar tu palabra y tu amor
y hacer realidad, con tu poder, tu sueño de fraternidad.
4. Termino la oración
Doy gracias a Dios por su compañía, por sus enseñanzas, por su fuerza...
Le pido que me ayude a vivir de acuerdo con el Evangelio
Me despido rezando el Padre Nuestro u otra oración espontánea o ya hecha.