María, Madre de la Iglesia
1. Abro el corazón a Dios.
Puede servir la repetición de alguna oración breve:
"Gracias Señor porque estás siempre a mi lado",
"Ayúdame a sentir tu cercanía",
"Quiero estar contigo, Jesús".
2. Lectura del Evangelio. Escucho.
Juan 19,25-34
En aquel tiempo, junto a la cruz de Jesús estaban su madre, la hermana
de su madre, María, la de Cleofás, y María, la Magdalena. Jesús, al ver a
su madre y cerca al discípulo que tanto quería, dijo a su madre:
"Mujer, ahí tienes a tu hijo." Luego, dijo al discípulo: "Ahí tienes a
tu madre." Y desde aquella hora, el discípulo la recibió en su casa.
Después de esto, sabiendo Jesús que todo había llegado a su término,
para que se cumpliera la Escritura dijo: "Tengo sed."Había allí un jarro
lleno de vinagre. Y, sujetando una esponja empapada en vinagre a una
caña de hisopo, se la acercaron a la boca. Jesús, cuando tomó el
vinagre, dijo: "Está cumplido."
E, inclinando la cabeza, entregó el espíritu.
los judíos, como era el día de la Preparación, para que no se quedaran
los cuerpos en la cruz el sábado, porque aquel sábado era un día
solemne, pidieron a Pilato que les quebraran las piernas y que los
quitaran. Fueron los soldados, le quebraron las piernas al primero y
luego al otro que habían crucificado con él; pero al llegar a Jesús,
viendo que ya había muerto, no le quebraron las piernas, sino que uno de
los soldados, con la lanza, le traspasó el costado, y al punto salió
sangre y agua.
3. Reflexiono y rezo. Respondo.
¿Qué me quieres decir, Señor? ¿Cómo puedo hacer realidad este evangelio en mi vida?
María estaba al pie de la cruz, junto a su hijo. María se mantuvo a
distancia cuando Jesús “triunfaba”, cuando querían hacerle rey, cuando
lo aclamaban... Pero ahora, en la cruz, María está cerca, muy cerca.
“Gracias, María, por tu ejemplo de fidelidad y entereza”
“Gracias por estar siempre a mi lado, sobre todo cuando sufro”
“Danos fuerza, Señor, para acompañarte siempre”
“Mujer, ahí tienes a tu hijo... Hijo, ahí tienes a tu madre”. Jesús está
preocupado por sus discípulos y cuando ya les ha dado todo, les da a su
madre, para que los cuide, para que aliente su fe. María acogió la
nueva misión y en su corazón resonaron aquellas palabras primeras:
“hágase en mí según tu palabra”
“Gracias, María, por ser madre, nuestra madre, mi madre”
“Gracias, Jesús, por compartir con nosotros hasta a tu madre”
“María, enséñanos a estar cerca de los que sufren”
Para acoger a María, como Madre nuestra y como Madre de la Iglesia, puede ayudarnos esta "Carta de Jesús":
Hoy te presento a mi Madre. Te la di con el mayor cariño en el
momento cumbre de mi vida terrena. Ella te estaba gestando en el dolor
al pie de la cruz y a mí no me faltaba más que poner el sello de
reconocimiento público a esa misteriosa maternidad. María es madre mía y
madre tuya, porque tú y yo somos hermanos.
No hay palabras
humanas para describir la grandeza de esta mujer sencilla, el dolor de
esta mujer bienaventurada, la fecundidad de esta mujer virgen, la
fortaleza de esta sierva del Señor, el cariño de esta madre universal,
que no sabe más que amar y, por consiguiente, que servir. Ella,
despojada de sí misma e invadida por la fuerza del Espíritu Santo...
En
el hogar de la Iglesia, María realiza su maravillosa misión, silenciosa
y eficazmente, siempre en la penumbra. Un día llegarás a saber todo lo
que ella ha sido para ti. Y verás también lo que tú has sido para ella.
Hay
quienes llegan a descubrirlo tarde, como esos hijos que sólo alcanzan a
comprender lo que deberían haber sido con su madre terrena cuando ella
ha desaparecido del hogar, cuando ya no pueden expresarle su gratitud
por todo lo que le deben.
María nunca desaparecerá del hogar,
pero tú sí puedes llegar tarde a vivir en esta tierra una relación viva,
intensa, profunda, filial con María. Porque hay cosas que debes hacer
aquí. Solo aquí se puede creer, sufrir, sembrar, morir. Y es preciso que
ella esté muy metida en todo esto.
Es preciso que te hagas
consciente de lo que significa en tu vida la Madre de Dios, la Hija de
Dios, la Esposa de Dios, la Madre de la Iglesia, tu propia Madre, María.
Que te dejes amar y enseñar por ella, para que aprendas a vivir como
ella, la mujer consagrada, mi perfecta discípula y seguidora; para que
aprendas a vivir en plenitud la vocación a la que has sido llamado/a.
https://www.ciudadredonda.org/articulo/6-ahi-tienes-a-tu-madre
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María, fuiste madre de Jesús.
Te imagino, mirando y cuidando a tu hijo, recién nacido;
sorprendiéndote ante sus primeras palabras y sus primeros pasos;
enseñándole a rezar y a captar tanto la belleza como las injusticias del mundo;
conservando en tu corazón tantos gestos de cariño;
aceptando con confianza la personalidad misteriosa de ese niño;
siguiendo las noticias de su predicación, a veces con alegría, en otros momentos con preocupación.
Te imagino al pie de la cruz de tu Hijo, desafiando habladurías y peligros,
acompañándolo en la hora del sufrimiento y la muerte;
aceptando la nueva misión que Jesús te confiaba:
ser madre de Juan, de los discípulos, de la Iglesia naciente, de la humanidad.
Te imagino, acompañando con ternura a esos primeros discípulos, tristes y miedosos,
alentando en ellos la esperanza de la resurrección,
abriendo sus corazones para recibir al Espíritu de Jesús,
empujándoles con ternura a la misión encomendada.
María, sigues siendo Madre,
mi madre, Madre de la Iglesia, Madre de la gran familia humana.
Sigues al pie de tantas cruces: tristezas, maltratos, guerras, hambre, desesperanza…
Sigues acercándonos a Jesús, cuando no encontramos el camino.
Sigues ayudándonos a ser madres pacientes, delicadas, fieles… de quienes más sufren.
Gracias por ser Madre. Gracias por tantas madres que me han cuidado y ayudado a crecer en alegría, amor y esperanza. Amén.
4. Termino la oración
Doy gracias a Dios por su compañía, por sus enseñanzas, por su fuerza...
Le pido que me ayude a vivir de acuerdo con el Evangelio
Me despido rezando el Padre Nuestro u otra oración espontánea o ya hecha.