domingo, 17 de junio de 2018

Domingo 17 de junio

Domingo de la 11ª semana de tiempo ordinario B

1. Abro el corazón a Dios.
Puede servir la repetición de alguna oración breve:
     "Gracias Señor porque estás siempre a mi lado",
     "Ayúdame a sentir tu cercanía",
     "Quiero estar contigo, Jesús".

2. Lectura del Evangelio. Escucho.
San Marcos 4, 26-34

En aquel tiempo, decía Jesús a las turbas: El Reino de Dios se parece a un hombre que echa simiente en la tierra.
El duerme de noche, y se levanta de mañana; la semilla germina y va creciendo, sin que él sepa cómo.
La tierra va produciendo la cosecha ella sola: primero los tallos, luego la espiga, después el grano.
Cuando el grano está a punto, se mete la hoz, porque ha llegado la siega.
Dijo también: ¿Con qué podemos comparar el Reino de Dios? ¿Qué parábola usaremos? Con un grano de mostaza: al sembrarlo en la tierra es la semilla más pequeña, pero después, brota, se hace más alta que las demás hortalizas y echa ramas tan grandes, que los pájaros pueden cobijarse y anidar en ellas.
Con muchas parábolas parecidas les exponía la Palabra, acomodándose a su entender.
Todo se lo exponía con parábolas, pero a sus discípulos se lo explicaba todo en privado.

3. Reflexiono y rezo. Respondo. 
¿Qué me quieres decir, Señor? ¿Cómo puedo hacer realidad este evangelio en mi vida?

Jesús nos enseña la importancia de lo pequeño. Hay que ser fieles en lo poco. En lo cotidiano estamos haciendo crecer la dinámica del amor que es el Reino de Dios. Nadie conoce las buenas consecuencias de una sonrisa, de una palabra de aliento, de un compromiso cuidado y constante. Se siembra una semilla pequeña, pero queda ahí y crece. ¿Qué siembro yo, inconstancias y discordias o ilusión por Jesucristo?

Tenemos la experiencia contraria: una mentira tiene repercusiones que quedan y crecen cada día sin que sepamos cómo. En cambio nos falta confianza en esta Palabra: el bien es difusivo, imparable.

También nosotros somos pequeños, como el grano de mostaza. Si te dejas cuidar y provocar por Dios, si dejas que él pruebe tu amor en la fragua de su Amor, entonces serás como un árbol frondoso en el que todos encontremos sombra, frescura, aliento y descanso.

Esperaré a que crezca el árbol
y me dé sombra.
Pero abonaré la espera con mis hojas secas.

Esperaré a que brote el manantial
y me dé agua.
Pero despejaré mi cauce
de memorias enlodadas.

Esperaré a que apunte
la aurora y me ilumine.
Pero sacudiré mi noche
de postraciones y sudarios

Esperaré a que llegue
lo que no sé y me sorprenda
Pero vaciaré mi casa de todo lo enquistado.

Y al abonar el árbol,
despejar el cauce,
sacudir la noche
y vaciar la casa,
la tierra y el lamento se abrirán a la esperanza.

Benjamín González Buelta, sj


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Un vaso de agua gratis,
dos minutos ayudando a atravesar la calle,
conformarse con el maná imprescindible,
un objeto menos en nuestros enseres,
unas monedas que ni van ni vienen,
una sonrisa al que siempre está triste,
un día de ayuno consciente,
unos refrescos menos en nuestros sudores,
esas tardes con grupos marginales,
unas caricias a los que nunca las tienen,
unas horas escuchando soledades,
una compra menos en nuestros haberes,
cinco panes de cebada y dos peces...
son cosas pequeñas.

Nuestra cultura progresista las repele.
Asistencialismo,
limosnas,
caridades,
paternalismo,
justificaciones,
austeridad que ni va ni viene,
parches,
decimos en nuestro lenguaje.

Esas cosas chiquitas
no acaban con la pobreza,
no sacan del subdesarrollo,
no reparten los bienes,
no socializan los medios de producción,
no expolian las cuevas de Alí Babá,
no subvierten el orden,
no cambian las leyes...

Pero desencadenan la alegría de hacer,
descubren la fuerza del compartir
y mantienen vivo el rescoldo
de tu querer y nuestro deber.
Al fin y al cabo,
actuar sobre la realidad, y cambiarla
aunque sea un poquito,
es la única manera de saber y mostrar
que la realidad es transformable,
y que tu Reino
es posible... ¡y viene!

Señor de la historia y de la vida,
no sea yo quien menosprecie y deje sin hacer
las cosas pequeñas de cada día.

Florentino Ulibarri


4. Termino la oración   
Doy gracias a Dios por su compañía, por sus enseñanzas, por su fuerza...
     Le pido que me ayude a vivir de acuerdo con el Evangelio
     Me despido rezando el Padre Nuestro u otra oración espontánea o ya hecha.

sábado, 16 de junio de 2018

Sábado 16 de junio

Sábado de la 10ª semana de tiempo ordinario

1. Abro el corazón a Dios.
Puede servir la repetición de alguna oración breve:
     "Gracias Señor porque estás siempre a mi lado",
     "Ayúdame a sentir tu cercanía",
     "Quiero estar contigo, Jesús".

2. Lectura del Evangelio. Escucho.
San  Mateo 5, 33-37

En aquel tiempo, dijo, Jesús a sus discípulos: Sabéis que se mandó a los antiguos: «No jurarás en falso» y «Cumplirás tus votos al Señor».
Pues yo os digo que no juréis en absoluto: ni por el cielo, que es el trono de Dios; ni por la tierra, que es estrado de sus pies; ni por Jerusalén, que es la ciudad del Gran Rey.
Ni jures por tu cabeza, pues no puedes volver blanco o negro un solo pelo.
A vosotros os basta decir sí o no.
Lo que pasa de ahí viene del Maligno.

3. Reflexiono y rezo. Respondo. 
¿Qué me quieres decir, Señor? ¿Cómo puedo hacer realidad este evangelio en mi vida?

Jesús no juró ser fiel a la misión que había recibido y sin embargo la cumplió con tanta fidelidad que aceptó la muerte en la cruz. María no juró. Dijo: “Hágase en mi según tu palabra”. Y estas palabras fueron el resumen de toda su vida.
            “Gracias Señor por ser fiel a tu palabra, a tu amor”
            “Perdona y cura nuestra inconstancia, nuestra débil voluntad”

Jesús no quiere que hagamos juramentos. Es más, nos dice que son cosa del maligno. Pero pide que en nuestras palabras y en nuestra vida reine la verdad. Somos débiles para mantener en secreto una confidencia, para mantener la palabra dada, un compromiso ...
            “Perdona Señor mi falta de palabra”
            “Dame fuerza para mantener nuestros compromisos”
            “Gracias por las personas que se esfuerzan por vivir en la verdad”

Señor, hazme buscador incansable de la verdad,
que no me conforme con mis verdades,
que me abra a las verdades de los hermanos
y a la Verdad con mayúscula que Tú me ofreces;
que cada día descubra quién eres Tú,
quién soy yo para ti y para el mundo.

Que no me deje engañar por la propaganda interesada,
al servicio de los más poderosos.
Que abra los ojos a la realidad del mundo,
con sus luces, sus sombras y sus esperanzas.

Señor, hazme servidor y testigo de la verdad;
que hable con sinceridad, pero sin dogmatismos,
que hable con convicción, pero sin vanidad.
que hable con sencillez, pero sin demagogia.

Que no hable como los fanáticos que tratan de imponer su verdad;
tampoco como los funcionarios que la defienden por obligación aunque no crean en ella.
Que nunca utilice la verdad para atacar a los demás
y sepa defenderla para el bien de los pobres.

4. Termino la oración   
Doy gracias a Dios por su compañía, por sus enseñanzas, por su fuerza...
     Le pido que me ayude a vivir de acuerdo con el Evangelio
     Me despido rezando el Padre Nuestro u otra oración espontánea o ya hecha.

viernes, 15 de junio de 2018

Viernes 15 de junio

Viernes de 10ª semana del t.o.

1. Abro el corazón a Dios.
Puede servir la repetición de alguna oración breve:
     "Gracias Señor porque estás siempre a mi lado",
     "Ayúdame a sentir tu cercanía",
     "Quiero estar contigo, Jesús".

2. Lectura del Evangelio. Escucho.
San Mateo 5, 27-32

Habéis oído el mandamiento «no cometerás adulterio.» Pues yo os digo: el que mira a una mujer casada deseándola, ya ha sido adúltero con ella en su interior.
Si tu ojo derecho te hace caer, sácatelo y tíralo. Más te vale perder un miembro que ser echado entero en el Abismo.
Si tu mano derecha te hace caer, córtatela y tírala, porque más te vale perder un miembro que ir a parar entero al Abismo.
Está mandado: «El que se divorcie de su mujer, que le dé acta de repudio.»
Pues yo os digo: el que se divorcie de su mujer—excepto en caso de prostitución—la induce al adulterio, y el que se case con la divorciada comete adulterio.

3. Reflexiono y rezo. Respondo. 
¿Qué me quieres decir, Señor? ¿Cómo puedo hacer realidad este evangelio en mi vida?

Jesús nos invita evitar ocasiones de peligro, a purificar todas las impurezas internas y externas, más graves y más leves. Todo pecado nos aparta de Dios, nos rompe por dentro, nos separa de los hermanos, retrasa la plena manifestación del Reino de Dios. No podemos perder el “respeto” al pecado. Si minusvaloramos sus efectos, nos vence. No olvidemos que el pecado sabe camuflarse en apariencias de bondad.

¿Cuáles son los pecados que más suelo cometer? ¿Qué ocasiones me llevan a pecar? ¿Qué tendría que quitar de mi vida para llevar una vida más conforme a la voluntad de Dios?

¿Qué te dice Dios? ¿Qué le dices?

Señor, enséñame tus caminos
instrúyeme en tus sendas:
haz que camine con lealtad;
enséñame, porqué tú eres mi Dios y mi Salvador,
y todo el día estoy esperando.

Recuerda, Señor, que tu ternura
y tu misericordia son eternas;
acúerdate de mí con misericordia,
por tu bondad, Señor.

El Señor es bueno y recto,
y enseña el camino a los pecadores;
hace caminar a los humildes con rectitud,
enseña su camino a los humildes.

Las sendas del Señor son misericordia y lealtad
para los que guardan su alianza y sus mandatos.
El Señor se confía con sus fieles
y les da a conocer su alianza.

Tengo los ojos puestos en el Señor,
porque él saca mis pies del peligro.

Gloria al Padre.....


4. Termino la oración   
Doy gracias a Dios por su compañía, por sus enseñanzas, por su fuerza...
     Le pido que me ayude a vivir de acuerdo con el Evangelio
     Me despido rezando el Padre Nuestro u otra oración espontánea o ya hecha.

jueves, 14 de junio de 2018

Jueves 14 de junio

Jueves de la 10ª semana del t.o.

1. Abro el corazón a Dios.
Puede servir la repetición de alguna oración breve:
     "Gracias Señor porque estás siempre a mi lado",
     "Ayúdame a sentir tu cercanía",
     "Quiero estar contigo, Jesús".

2. Lectura del Evangelio. Escucho.
San Mateo 5, 20-26

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: Si no sois mejores que los letrados y fariseos, no entraréis en el Reino de los Cielos.
Habéis oído que se dijo a los antiguos: No matarás, y el que mate será procesado.
Pero yo os digo: todo el que esté peleado con su hermano, será procesado.
Y si uno llama a su hermano «imbécil», tendrá que comparecer ante el Sanedrín, y si lo llama «renegado» , merece la condena del fuego.
Por tanto, si cuando vas a poner tu ofrenda sobre el altar, te acuerdas allí mismo de que tu hermano tiene quejas contra ti, deja allí tu ofrenda ante el altar y vete primero a reconciliarte con tu hermano, y entonces vuelve a presentar tu ofrenda.
Procura arreglarte con el que te pone pleito, enseguida, mientras vais todavía de camino, no sea que te entregue al juez, y el juez al alguacil, y te metan en la cárcel.
Te aseguro que no saldrás de allí hasta que no hayas pagado el último cuarto.

3. Reflexiono y rezo. Respondo. 
¿Qué me quieres decir, Señor? ¿Cómo puedo hacer realidad este evangelio en mi vida?

Un cristiano no puede decir: yo no hago nada malo: ni mato ni robo. Un cristiano no se puede contentarse con evitar los pecados más graves. Jesús nos pide algo más, En este evangelio nos anima a tratar con delicadeza a las personas.
¿Cómo tratas a las personas? ¿Cómo las deberías tratar? ¿Qué puedes hacer? ¿Qué te dice Dios? ¿Qué le dices?

La reconciliación con el hermano hace posible una buena relación con Dios. No podemos amar a Dios sin amar a los hermanos. La reconciliación con Dios estimula la reconciliación con los hermanos; y la reconciliación con los hermanos expresa y fortalece la reconciliación con Dios.
Y si no nos valen con estas razones profundas, Jesús nos da una más superficial. Estar en pleitos puede conducirnos a los tribunales y a la cárcel. Cuando no buscamos la reconciliación somos infelices, lo pasamos mal, no estamos a gusto.

Te damos gracias, Dios nuestro y Padre todopoderoso,
por medio de Jesucristo, nuestro Señor,
y te alabamos por la obra admirable de la redención.
Pues, en una humanidad dividida
por las enemistades y las discordias,
tú diriges las voluntades para que se dispongan a la reconciliación.
Tu Espíritu mueve los corazones
para que los enemigos vuelvan a la amistad,
los adversarios se den la mano
y los pueblos busquen la unión.
Con tu acción eficaz puedes conseguir que la violencia se apacigüe
y crezca el deseo de la paz;
que el perdón venza al odio
y la indulgencia a la venganza.
Por eso, debemos darte gracias continuamente,

A ti, Padre,
que gobiernas el universo,
te bendecimos por Jesucristo, tu Hijo,
que ha venido en tu nombre.
Él es la palabra que nos salva,
la mano que tiendes a los pecadores,
el camino que nos conduce a la paz.
Dios y Padre nuestro,
nos habíamos apartado de ti
y nos has reconciliado por tu Hijo,
a quien entregaste a la muerte
para que nos convirtiéramos a tu amor
y nos amáramos unos a otros.

Concédenos tu Espíritu,
para que desaparezca todo obstáculo
en el camino de la concordia
y la Iglesia resplandezca en medio de los hombres
como signo de unidad
e instrumento de tu paz.

Que este Espíritu, vínculo de amor,
nos guarde en comunión con el Papa,
con nuestro Obispo,
con los demás Obispos
y todo tu pueblo santo.

Así como nos reúnes en la Eucaristía,
en torno a la mesa de tu Hijo,
unidos con María, la Virgen Madre de Dios,
y con todos los santos,
reúne también a los hombres y mujeres,
de cualquier clase y condición,
de toda raza y lengua,
en el banquete de la unidad eterna,
en un mundo nuevo
donde brille la plenitud de tu paz.
por Cristo, Señor nuestro.

Plegaria eucarística sobre la reconciliación.


4. Termino la oración   
Doy gracias a Dios por su compañía, por sus enseñanzas, por su fuerza...
     Le pido que me ayude a vivir de acuerdo con el Evangelio
     Me despido rezando el Padre Nuestro u otra oración espontánea o ya hecha.

miércoles, 13 de junio de 2018

Miércoles 13 de junio

Miércoles de la 10ª semana del t.o.

1. Abro el corazón a Dios.
Puede servir la repetición de alguna oración breve:
     "Gracias Señor porque estás siempre a mi lado",
     "Ayúdame a sentir tu cercanía",
     "Quiero estar contigo, Jesús".

2. Lectura del Evangelio. Escucho.
San Mateo 5, 17-19

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: No creáis que he venido a abolir la ley o los profetas:
no he venido a abolir, sino a dar plenitud.
Os aseguro que antes pasarán el cielo y la tierra que deje de cumplirse hasta la última letra o tilde de la ley.
El que se salte uno solo de los preceptos menos importantes, y se lo enseñe así a los hombres, será el menos importante en el Reino de los Cielos.
Pero quien los cumpla y enseñe será grande en el Reino de los Cielos.

3. Reflexiono y rezo. Respondo. 
¿Qué me quieres decir, Señor? ¿Cómo puedo hacer realidad este evangelio en mi vida?

Jesús actúa con libertad y en ocasiones se salta la ley: no respeta el descanso del sábado, habla a solas con la samaritana... Pero nunca incumple los preceptos por capricho o por conveniencia propia. No ha venido a anular la ley, sino a darle plenitud, a perfeccionarla, para que responda mejor a la voluntad de Dios, para que sea más útil a las personas.

La ley de Dios no esclaviza, da libertad, es camino de felicidad, de salvación.

Tu palabra, Señor, es buena noticia,
semilla fecunda, tesoro escondido,
manantial de agua fresca, luz en las tinieblas,
pregunta que cautiva, historia de vida,
compromiso sellado, y no letra muerta.
Alabado seas por tu palabra.

Tu palabra, Señor, está en el Evangelio,
en nuestras entrañas, en el silencio,
en los pobres, en la historia,
en los hombres de bien, en cualquier esquina
y en tu Iglesia, también en la naturaleza.
Alabado seas por tu palabra.

Tu palabra, Señor, llega a nosotros
por tu Iglesia abierta, por los mártires y profetas,
por los teólogos y catequistas, por las comunidades vivas,
por nuestros padres y familias, por quienes creen en ella,
por tus seguidores, y también por gente de fuera.
Alabado seas por tu palabra.

Tu palabra, Señor, hace de nosotros
personas nuevas, sal y levadura,
comunidad de hermanos, Iglesia sin fronteras,
pueblo solidario con todos los derechos humanos,
y zona liberada de tu Reino.
Alabado seas por tu palabra.


Podemos rezar con las palabras del salmo 118:

Dichoso el que, con vida intachable,
camina en la voluntad del Señor;
dichoso el que, guardando sus preceptos,
lo busca de todo corazón;
el que, sin cometer iniquidad,
anda por sus senderos.

Te alabaré con sincero corazón
cuando aprenda tus justos mandamientos.
Quiero guardar tus leyes exactamente,
tú, no me abandones.

¿Cómo podrá un joven andar honestamente?
Cumpliendo tus palabras.

Te busco de todo corazón,
no consientas que me desvíe de tus mandamientos.
En mi corazón escondo tus consignas,
así no pecaré contra ti.

Bendito eres, Señor,
enséñame tus leyes.
Mis labios van enumerando
los mandamientos de tu boca;
mi alegría es el camino de tus preceptos,
más que todas las riquezas.

Medito tus decretos,
y me fijo en tus sendas;
tu voluntad es mi delicia,
no olvidaré tus palabras.


Muéstrame, Señor, el camino de tus leyes,
y lo seguiré puntualmente;
enséñame a cumplir tu voluntad
y a guardarla de todo corazón;
guíame por la senda de tus mandatos,
porque ella es mi gozo.

Inclina mi corazón a tus preceptos,
y no al interés;
aparta mis ojos de las vanidades,
dame vida con tu palabra;
cumple a tu siervo la promesa
que hiciste a tus fieles.


¡Cuánto amo tu voluntad!:
todo el día la estoy meditando;
tu mandato me hace más sabio que mis enemigos,
siempre me acompaña;
soy más docto que todos mis maestros,
porque medito tus preceptos.

¡Qué dulce al paladar tu promesa:
más que miel en la boca!
Considero tus decretos,
y odio el camino de la mentira.

Lámpara es tu palabra para mis pasos,
luz en mi sendero.

Mi lengua canta tu fidelidad,
porque todos tus preceptos son justos;
que tu mano me auxilie,
ya que prefiero tus decretos;
ansío tu salvación, Señor;
tu voluntad es mi delicia.


4. Termino la oración   
Doy gracias a Dios por su compañía, por sus enseñanzas, por su fuerza...
     Le pido que me ayude a vivir de acuerdo con el Evangelio
     Me despido rezando el Padre Nuestro u otra oración espontánea o ya hecha.

martes, 12 de junio de 2018

Martes 12 de junio

Martes de la 10ª semana del t.o.

1. Abro el corazón a Dios.
Puede servir la repetición de alguna oración breve:
     "Gracias Señor porque estás siempre a mi lado",
     "Ayúdame a sentir tu cercanía",
     "Quiero estar contigo, Jesús".

2. Lectura del Evangelio. Escucho.
San Mateo 5, 13-16

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: Vosotros sois la sal de la tierra.
Pero si la sal se vuelve sosa, ¿con qué la salarán? No sirve más que para tirarla fuera y que la pise la gente.
Vosotros sois la luz del mundo.
No se puede ocultar una ciudad puesta en lo alto de un monte.
Tampoco se enciende una vela para ponerla debajo del celemín, sino para ponerla en el candelero y que alumbre a todos los de casa.
Alumbre así vuestra luz a los hombres, para que vean vuestras buenas obras y den gloria a vuestro Padre que está en el cielo.

3. Reflexiono y rezo. Respondo. 
¿Qué me quieres decir, Señor? ¿Cómo puedo hacer realidad este evangelio en mi vida?

Jesucristo nos ha traído la mejor sal y la luz más clara: su Evangelio, su vida.  El Evangelio de Jesús da sabor de esperanza, de fraternidad, de fe al mundo. La vida de Jesús ilumina nuestra existencia y nos ayuda a descubrir cómo somos en realidad y cómo podríamos ser...
            “Gracias Señor por ser la sal de mi vida”
            “A veces no me dejo iluminar por ti. Perdóname”
            “Que no me aparte nunca de tu luz, Señor”

Pero la sal y la luz de Jesucristo no son sólo para nuestro disfrute personal. Él nos dice: Vosotros sois la sal de la tierra y la luz del mundo. Tu parroquia ha de ser sal y luz en el barrio, tú tienes que ser sal y luz en medio de tu familia, de tus amigos...

Sin embargo, en muchas ocasiones nos parece que no podemos ser sal y luz de nada. Nos paraliza nuestra pequeñez, nuestros pecados... No da miedo ir en contra de la corriente, en contra de una corriente muy fuerte. Jesús conoce nuestra debilidad y sabe bien de la fuerza del mal, pero confía en nosotros y nos envía. Es posible ser sal y luz desde la pequeñez. Si confiamos y nos apoyamos en Él, su fuerza se manifestará en nuestra debilidad.

¿Cómo eres y cómo podrías ser sal y luz? Esta oración, inspirada en un texto de Mahatma Ghandi, nos puede ayudar:

Enséñame a ser sal de la tierra y luz del mundo.
Ayúdame a regalar una sonrisa a quien nunca la ha tenido.
a hacer volar un rayo de sol hasta allí donde reina la noche.
a descubrir una fuente y hacer que se bañe en ella quien vive en el fango.
a tomar una lágrima y ponerla en el rostro de quien nunca ha llorado.
a tomar el valor y ponerlo en el ánimo de quien no sabe luchar.
a descubrir la vida y contársela a quien no sabe captarla.
a tomar la esperanza y compartirla con quien se siente fracasado
a tomar la bondad y dásela a quien no sabe dar.
a acoger el Amor y darselo a conocer al mundo. Amén.

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Infinito el mar,
la playa inmensa,
inúndanos con tus olas
ahóganos con tu amor
y cuando la marea baje
sea la sal nuestra prenda.

Infinito el sol,
claridad inmensa,
báñanos con tu luz,
haznos arder como un fuego,
ponga calor en el frío
y abrase todas las sombras.

Infinito el mar,
infinito el sol,
signos, Señor,
del amor que se entrega.


4. Termino la oración   
Doy gracias a Dios por su compañía, por sus enseñanzas, por su fuerza...
     Le pido que me ayude a vivir de acuerdo con el Evangelio
     Me despido rezando el Padre Nuestro u otra oración espontánea o ya hecha.

lunes, 11 de junio de 2018

Lunes 11 de junio

Lunes de la 10ª semana del t.o.

1. Abro el corazón a Dios.
Puede servir la repetición de alguna oración breve:
     "Gracias Señor porque estás siempre a mi lado",
     "Ayúdame a sentir tu cercanía",
     "Quiero estar contigo, Jesús".

2. Lectura del Evangelio. Escucho.
San Mateo 5, 1-12

En aquel tiempo, al ver Jesús el gentío, subió a la montaña, se sentó, y se acercaron sus discípulos; y él se puso a hablar, enseñándoles:
Dichosos los pobres en el espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos.
Dichosos los sufridos, porque ellos heredarán la Tierra.
Dichosos los que lloran, porque ellos serán consolados.
Dichosos los que tienen hambre y sed de la justicia, porque ellos quedarán saciados.
Dichosos los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia.
Dichosos los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios.
Dichosos los que trabajan por la paz, porque ellos se llamarán «los Hijos de Dios».
Dichosos los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el Reino de los cielos.
Dichosos vosotros cuando os insulten y os persigan y os calumnien de cualquier modo por mi causa.
Estad alegres y contentos, porque vuestra recompensa será grande en el cielo, que de la misma manera persiguieron a los profetas anteriores a vosotros.

3. Reflexiono y rezo. Respondo. 
¿Qué me quieres decir, Señor? ¿Cómo puedo hacer realidad este evangelio en mi vida?

Dios quiere que seamos dichosos, bienaventurados, felices... No podía ser de otra forma: es nuestro Padre y nos quiere con locura. Cada día se acerca a ti para hacerte feliz, a través de la Iglesia, de cualquier persona, en un momento de oración, de mil formas distintas
            “Gracias, Señor, porque buscas mi felicidad”
            “A veces te veo como un estorbo para ser feliz.
             Transforma mi corazón y mis pensamientos”

Dios quiere nuestra felicidad, pero ¡cuidado! No nos engañemos. Es una felicidad muy distinta de la que nos ofrece mundo. La felicidad del mundo es incompatible con el esfuerzo, con la pobreza, con la persecución... Esta felicidad huye cuando nos falta la salud, la riqueza... Es demasiado pequeña y frágil para llenar nuestro corazón.

La felicidad de Dios pasa por el sufrimiento, por la lucha por la justicia y por la paz, no se arruga ante la incomprensión, el insulto, la calumnia... ni siquiera ante la enfermedad y la muerte.
La felicidad de Dios se construye sobre la fe, la esperanza y el amor. Y es la única que realmente sacia nuestra sed de plenitud.
¿Qué felicidad buscas? ¿Qué te dice Dios? ¿Qué le dices?

Jesús, gracias por mostrarnos, con tu palabra y tu vida, el camino de la bienaventuranza, de la felicidad más grande.

Gracias por recorrer el camino de la pobreza. Fuiste pobre, pobre material y el pobre de espíritu. Naciste pobre, fuiste reconocido y seguido por los pobres, viviste como un trabajador, no tuviste donde reclinar la cabeza, moriste sin nada y tu corazón estatu y está abierto en plenitud al Padre.

Gracias por recorrer el camino de la mansedumbre. Tu dulzura cautivaba a tus amigos y tu fortaleza aterraba a tus enemigos. Tu dulzura atraía a los niños y tu seriedad desconcertaba a Pilato y Herodes. Los enfermos te buscaban, los pecadores se sentían perdonados sólo con verte. Consolabas a los que sufrían, perdonabas a los que te crucificaban. Sólo el demonio y los hipócritas te temían. Fuiste la misma mansedumbre, es decir: una fortaleza que se expresa dulcemente.

Gracias por recorrer el camino de las lágrimas. Pero no las malgastaste en llantos inútiles. Lloraste por Jerusalén, por la dureza de quienes no sabían comprender el don de Dios que estaba entre ellos. Lloraste después lágrimas de sangre en Getsemaní, por los pecados de todos los hombres. Entendiste mejor que nadie que alguien tenía que morir para que el Amor fuera amado.

Gracias por recorrer el camino de la justicia. Tuviste hambre de justicia, sed de la gloria del Padre. Te olvidabas incluso de tu hambre material cuando experimentabas el hambre de esa otra comida que era la voluntad del Padre. En la cruz gritaste de sed. Y no de agua o vinagre.

Gracias por recorrer el camino de la misericordia. Toda tu vida fue un despliegue de misericordia. Tú eres el padre del hijo pródigo y el pastor angustiado por la oveja perdida. Todos tus milagros brotaban de la misericordia. Tu alma se rompía cuando te encontrabas con aquellas multitudes que vivían como ovejas sin pastor.

Gracias por enseñarnos y recorrer el camino de la pureza. Tu corazón era tan limpio que ni tus propios enemigos encontraban mancha en ti. Eres la pureza y la verdad encarnadas. Eres el Camino, la Verdad y la Vida. Por eso eres verdaderamente el Hijo de Dios.

Gracias por recorrer el camino de la Paz. Eres la paz. Viniste a traer la paz a la humanidad, a reparar la grieta belicosa que había entre la humanidad y Dios. Los ángeles gritaron «paz» cuando naciste, y fuiste efectivamente paz para todos. Al despedirte dijiste: «La paz os dejo, mi paz os doy» (Jn 17, 27).

Gracias por recorrer el camino de la cruz. Fuiste perseguido por causa de la justicia y por la justicia inmolado. Fuiste demasiado sincero, demasiado honesto para que tus contemporáneos pudieran soportarte. Y moriste.

Y, porque fuiste pobre, manso, limpio y misericordioso, y porque lloraste y tuviste hambre de justicia, porque sembraste la paz y fuiste perseguido, por todo ello, en Ti se inauguró el reino de Dios. Por eso, más allá de la cruz y la sangre, en tu rostro y en tu vida brilló la luz de la verdadera alegría, de la bienaventuranza.

Danos fuerza para avanzar con decisión, entrega y esperanza por el camino que tú recorriste.

Adaptación de un texto de José Luis Martín Descalzo.


4. Termino la oración   
Doy gracias a Dios por su compañía, por sus enseñanzas, por su fuerza...
     Le pido que me ayude a vivir de acuerdo con el Evangelio
     Me despido rezando el Padre Nuestro u otra oración espontánea o ya hecha.