sábado, 2 de noviembre de 2019

Sábado 2 de noviembre

Fieles Difuntos

1. Abro el corazón a Dios.
Puede servir la repetición de alguna oración breve:
     "Gracias Señor porque estás siempre a mi lado",
     "Ayúdame a sentir tu cercanía",
     "Quiero estar contigo, Jesús".

2. Lectura del Evangelio. Escucho.
San Juan 14, 1‑6

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
—«Que no tiemble vuestro corazón; creed en Dios y creed también en mí. En la casa de mi Padre hay muchas estancias; si no fuera así, ¿os habría dicho que voy a prepararos sitio? Cuando vaya y os prepare sitio, volveré y os llevaré conmigo, para que donde estoy yo, estéis también vosotros. Y adonde yo voy, ya sabéis el camino .»
Tomás le dice:
—«Señor, no sabemos adónde vas, ¿cómo podemos saber el camino?»
Jesús le responde:
—«Yo soy el camino, y la verdad, y la vida. Nadie va al Padre, sino por mí.»

3. Reflexiono y rezo. Respondo. 
¿Qué me quieres decir, Señor? ¿Cómo puedo hacer realidad este evangelio en mi vida?

A. Después de recordar a Todos los Santos, recordamos a los fieles difuntos. No está bien recordar continuamente la muerte y a los muertos, pero tampoco está bien vivir de espaldas a esa realidad. Los cristianos recordamos a los difuntos con gratitud. Debemos mucho a los que ya se fueron. Y por eso damos gracias.

B.  Recordamos a los muertos con esperanza. Jesús nos ha dicho muchas veces que El es el verdadero camino que nos conduce a la vida, a la vida auténtica, al Dios-amor. Salimos de las manos creadoras de Dios y volvemos a sus manos resucitadoras. Ésta es nuestra fe, ésta es nuestra esperanza. Damos gracias a Dios y le pedimos que aumente nuestra fe.

C. Jesús ha ido a prepararnos sitio. Cuando nacimos, nuestros padres prepararon muchas cosas para acogernos con amor. Cuando pasemos de esta vida a la definitiva, Dios mismo nos habrá preparado sitio y nos dará el beso más amoroso que nadie nos haya dado nunca. Y mientras caminamos por esta tierra podemos sentir y compartir el amor que Dios nos regala cada día.

Y entonces..... vio la luz.
La luz que entraba por todas las ventanas de su vida.
Vio que el dolor precipitó la huida
y entendió que la muerte ya no estaba.

Morir sólo es morir. Morir se acaba.
Morir es una hoguera fugitiva.
Es cruzar una puerta a la deriva
y encontrar lo que tanto se buscaba.

Acabar de llorar y hacer preguntas;
ver al Amor sin enigmas y espejos;
descansar y vivir en la ternura;
tener la paz, la luz, la casa juntas
y hallar, dejando los dolores lejos,
la Noche-luz tras tanta noche oscura.

(José Luis Martín Descalzo)


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Hay una casa en mis sueños
que es casa solariega
con mucha historia,
espaciosa,
bien asentada
y acogedora.

Está abierta a cualquiera
que pasa y detiene su marcha
para compartir
lo que lleva
en su alforja
y en su alma.

Es casa con umbral y ventanas,
limpia y bien oreada,
que ofrece siempre
descanso y paz,
diálogo, alimento
y fresca agua.

Tiene muchas estancias,
muy diversas
y bien preparadas,
pues está pensada con amor
para hijos e hijas diferentes
que andan errantes.

Dicen los más ancianos
que su hacedor y Señor
marchó, a otros lares
a abrir nuevos horizontes,
y nos dejó su casa solariega
para ser felices.

Hoy día parece estar fuera
de los caminos que frecuentan
la mayoría de los hombres y mujeres,
poco atractiva
y necesitada
de gran reforma.

Pero dicen los que cuentan historias,
que quienes entran en ella
desnudos y sin prejuicios,
a pesar de las apariencias,
tarde o temprano,
vuelven y se aposentan.

Hay una casa en mis sueños, Señor,
que es tu casa solariega,
que me atrae y emociona
con su historia,
con sus inquilinos
y sus ofertas.

Florentino Ulibarri

4. Termino la oración   
Doy gracias a Dios por su compañía, por sus enseñanzas, por su fuerza...
     Le pido que me ayude a vivir de acuerdo con el Evangelio
     Me despido rezando el Padre Nuestro u otra oración espontánea o ya hecha.

viernes, 1 de noviembre de 2019

Viernes 1 de noviembre

Todos los Santos

1. Abro el corazón a Dios.
Puede servir la repetición de alguna oración breve:
     "Gracias Señor porque estás siempre a mi lado",
     "Ayúdame a sentir tu cercanía",
     "Quiero estar contigo, Jesús".

2. Lectura del Evangelio. Escucho.
San Mateo 5, 1-12a

En aquel tiempo, al ver Jesús el gentío, subió a la montaña, se sentó, y se acercaron sus discípulos; y él se puso a hablar, enseñándoles:
-«Dichosos los pobres en el espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos.
Dichosos los que lloran, porque ellos serán consolados.
Dichosos los sufridos, porque ellos heredarán la tierra.
Dichosos los que tienen hambre y sed de la justicia, porque ellos quedarán saciados.
Dichosos los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia.
Dichosos los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios.
Dichosos los que trabajan por la paz, porque ellos se llamarán los Hijos de Dios.
Dichosos los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos.
Dichosos vosotros cuando os insulten y os persigan y os calumnien de cualquier modo por mi causa. Estad alegres y contentos, porque vuestra recompensa será grande en el cielo,»

3. Reflexiono y rezo. Respondo. 
¿Qué me quieres decir, Señor? ¿Cómo puedo hacer realidad este evangelio en mi vida?

En la solemnidad de Todos los Santos, la Iglesia nos ofrece como Evangelio este texto único de las Bienaventuranzas, que bien se pueden llamar el corazón de la Biblia. Son un retrato de Jesús: fue pobre materialmente y se sintió pobre y necesitado de su Padre del cielo, lloró con los que lloraban, fue sufrido... Podemos dedicar un rato de nuestra oración saboreando los momentos de la vida de Jesús que nos vengan a la cabeza cuando leamos cada bienaventuranza.

Jesús quiere que seamos bienaventurados, felices, dichosos. Y nos marca un camino. Damos una mirada a nuestra vida. Hay bienaventuranzas que vivimos más y podemos dar gracias por ello. Otras nos cuentan mucho, pedimos fuerza. para hacerlas vida cada día un poco más

Finalmente recordamos a personas que se acercaron mucho al retrato de las bienaventuranzas. Algunas viven cerca de nosotros, otras, han muerto ya y disfrutan de la bienaventuranza, de la felicidad eterna. Otras están canonizadas, en los altares de las iglesias. Damos gracias por todo lo que nos aportaron y nos siguen aportando.


Gracias, Señor, por todas las personas humildes y limpias de corazón, que se fían de Dios; por las que comparten con misericordia las lágrimas de los tristes y se duelen con las injusticias; por las que tienen hambre de justicia y trabajan por la paz; aunque sean incomprendidas y perseguidas.

Gracias, Señor, porque crees en mis posibilidades de mejorar y me llamas para que avance por el camino del Evangelio, camino de la santidad. Con la ayuda de la comunidad y la fuerza del Espíritu, con el ejemplo de los santos y de tantas personas buenas, crecerá mi amor a Ti y a cuantos me rodean.

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Dichosos quienes mantienen sus lámparas encendidas
y las comparten y llevan bien altas para que alumbren
y guíen a quienes andan a ras de tierra sin ellas,
perdidos entre laberintos, heridas y quejas.

Dichosos quienes permanecen en vela,
con el espíritu en ascuas y el cuerpo en forma,
y están siempre despiertos y atentos para quien llega
a medianoche, de madrugada o cuando el sol calienta.

Dichosos quienes se comparten y entregan,
y son fieles a mi deseo y palabra más sincera
y saben vivir como hijos y hermanos,
tengan cargos o sólo mandatos en su haber humano.

Dichosos quienes no buscan quedar bien, ni excusa
en el cansancio, la edad y la dignidad,
ni en el tiempo que pasa, ni en el premio que se retarda,
y mantienen su entrega para quienes los necesitan.

Dichosos quienes, estén dentro o fuera,
no tienen miedo a tormentas ni a sequías,
ni a huracanes, ni a calmas sin brisa,
y mantienen abierta su choza o su casa solariega.

Dichosos quienes no les importa ser pocos
y, menos aún, quedarse sin nada,
porque saben que el Padre está con ellos y les ama,
y les regala cada día lo necesario para el camino.

Dichosos quienes respetan y sirven sin queja
a sus hermanos, aunque les sean extraños,
y quienes ni comen ni engordan sus cuentas
a costa de otros pueblos y de sus ciudadanos.

Dichosos quienes se saben enviados
y se sienten, sin agobio, responsabilizados,
y aceptan ser hijos y hermanos de todos,
y al servir no se sienten humillados.

¡Dichosos mis discípulos!
¡Dichosos vosotros!
¡Dichosos quienes necesitan vuestro servicio!

Florentino Ulibarri

4. Termino la oración   
Doy gracias a Dios por su compañía, por sus enseñanzas, por su fuerza...
     Le pido que me ayude a vivir de acuerdo con el Evangelio
     Me despido rezando el Padre Nuestro u otra oración espontánea o ya hecha.

jueves, 31 de octubre de 2019

Jueves 31 de octubre

Jueves de la 30ª semana del tiempo ordinario

1. Abro el corazón a Dios.
Puede servir la repetición de alguna oración breve:
     "Gracias Señor porque estás siempre a mi lado",
     "Ayúdame a sentir tu cercanía",
     "Quiero estar contigo, Jesús".

2. Lectura del Evangelio. Escucho.
San Lucas 13, 31-35

En aquella ocasión, se acercaron unos fariseos a decirle: Márchate de aquí, porque Herodes quiere matarte.
El contestó: Id a decirle a ese zorro: «Hoy y mañana seguiré curando y echando demonios; pasado mañana llego a mi término».
Pero hoy y mañana y pasado tengo que caminar, porque no cabe que un profeta muera fuera de Jerusalén.
¡Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas y apedreas a los que se te envían! Cuántas veces he querido reunir a tus hijos, como la gallina reúne a sus pollitos bajo las alas! Pero no habéis querido.
Vuestra casa se os quedará vacía.
Os digo que no me volveréis a ver hasta el día que exclaméis: «Bendito el que viene en nombre del Señor.

3. Reflexiono y rezo. Respondo. 
¿Qué me quieres decir, Señor? ¿Cómo puedo hacer realidad este evangelio en mi vida?
El cerco en torno a Jesús se estrecha. Él se da cuenta, pero es fiel a su misión, aunque se da cuenta de que se aproxima su término. Sin embargo, nosotros, en muchas ocasiones, encontramos mil disculpas para dejar de ser fieles y evitar así el sufrimiento que prevemos.
            “Señor, haznos fieles, cura nuestra cobardía”

Cuantas veces Dios nos ha querido reunir, como la gallina reúne a sus pollitos bajo sus alas. Sin embargo, no nos dejamos querer por el Señor que nos ofrece su ternura.
            “No te canses, Señor, de reunirnos”
            “Perdona y cura nuestra autosuficiencia”

Jesús, tú me dices con lágrimas en los ojos: -¡Cuántas veces he querido acompañarte, consolarte, amarte y darte fuerza; y no has querido! ¡Cuántas veces he querido acercarte y unirte a otros hermanos tuyos, que te necesitan y a los que necesitas; y te has quedado solo, aíslado!

Señor, sé que tú eres fuego y no me acerco a calentarme; sé que tú eres pan y no me acerco a saciar mi hambre; sé que tú eres paz y no me acerco a curarme de mis inquietudes; sé que tú eres alegría y prefiero quedarme a solas con mi tristeza... Prefiero hacer otras cosas y acercarme a otras personas, aunque sé que sólo tú puedes colmar el gran corazón que me diste.

Señor, que tus lágrimas me conviertan y sepa acercarme cada día a ti, sin prisa, con absoluta confianza, que sepa dejarme cuidar por ti, para vivir como un polluelo, seguro y feliz, bajo las alas de la gallina. Qué sepa acercarme cada día a las personas que necesitan de mí y a las que necesito para seguir adelante.

4. Termino la oración   
Doy gracias a Dios por su compañía, por sus enseñanzas, por su fuerza...
     Le pido que me ayude a vivir de acuerdo con el Evangelio
     Me despido rezando el Padre Nuestro u otra oración espontánea o ya hecha.

miércoles, 30 de octubre de 2019

Miércoles 30 de octubre

Miércoles de la 30ª semana del tiempo ordinario

1. Abro el corazón a Dios.
Puede servir la repetición de alguna oración breve:
     "Gracias Señor porque estás siempre a mi lado",
     "Ayúdame a sentir tu cercanía",
     "Quiero estar contigo, Jesús".

2. Lectura del Evangelio. Escucho.
San Lucas 13, 22-30

En aquel tiempo, Jesús, de camino hacia Jerusalén, recorría ciudades y aldeas enseñando. Uno le preguntó: "Señor, ¿serán pocos los que se salven?" Jesús les dijo: "Esforzaos en entrar por la puerta estrecha. Os digo que muchos intentarán entrar y no podrán. Cuando el amo de la casa se levante y cierre la puerta, os quedaréis fuera y llamaréis a la puerta diciendo: "Señor ábrenos" y él os replicará: "No sé quiénes sois" Entonces comenzaréis a decir: "Hemos comido y bebido contigo y tú has enseñado en nuestras plazas". Pero él os replicará: "No sé quiénes sois. Alejaos de mí, malvados". Entonces será el llanto y el rechinar de dientes, cuando veáis a Abrahán, Isaac y Jacob y a todos los profetas en el Reino de Dios y vosotros os veáis echados fuera. Y vendrán de oriente y occidente, del norte y del sur y se sentarán a la mesa en el Reino de Dios. Mirad: hay últimos que serán primeros y primeros que serán últimos".

3. Reflexiono y rezo. Respondo. 
¿Qué me quieres decir, Señor? ¿Cómo puedo hacer realidad este evangelio en mi vida?

¿Serán pocos los que se salven? Esta pregunta revela por una parte una preocupación por la salvación, una preocupación que en nuestros tiempos pocas personas tienen. Ni siquiera tenemos muy claro que es eso de la salvación. ¿Qué podemos decir de la salvación?
- La salvación consiste en vivir como hijos de Dios, hermanos de todos los hombres y señores de las cosas. Es la felicidad completa.
- Comenzamos a disfrutar de la salvación en esta tierra y la podremos gozar en plenitud cuando Dios termine nuestro peregrinar y lleguemos a nuestra verdadera patria.
- Es un don de Dios que ofrece a todos. Dios quiere que todos nos salvemos. Dios nos salva de todo lo que nos hace infelices y además nos ofrece la posibilidad de vivir como hijos suyos.
- Es un don que debemos acoger en la vida, entrando por la puerta estrecha de la solidaridad, de la austeridad, del compartir, de dar la vida… No importa saber si se salvaran muchos o pocos. Importa salvarse y ayudar a que otros se salven, a que sean felices en esta tierra y por toda la eternidad

¿Qué te dice Dios? ¿Qué le dices?

Venid, venid todos, venid a la fiesta.
No os quedéis fuera mirando con tristeza.
Celebremos la fiesta del Señor, la que nos mandó.

Hagamos todos juntos un pan tierno y grande,
y preparemos abundante y generoso vino.
Que las mujeres no se olviden de la sal,
que los hombres consigan levadura,
que los adultos vacíen sus sacas de harina,
que los jóvenes traigan agua cristalina,
que todos pongan una pizca de su aroma.

Salid a las calles, invitad sin miedo
a ciegos, sordos, cojos, presos, pobres;
del Sur y del Norte, ciudadanos y extranjeros,
de toda raza y color, oficio y clase...

Venid todos al encuentro del Señor.
¡Pronto! Dejad vuestros negocios.
Sigamos la receta del Señor.
Amasemos todos, en la artesa, con las manos,
y veamos con alegría cómo crece el pan.

Cozámoslo en el horno del amor
Porque celebramos el encuentro con Jesús
y renovamos nuestro compromiso con el Reino.
Nadie quedará con hambre ni estará solo y triste.
Hay para todos, en abundancia, cuando se comparte.
Venid todos a participar en la fiesta de la vida.
Es el Señor quien nos invita.

Florentino Ulibarri

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Señor, todos queremos ser felices, plenamente felices.
Tú has puesto en nuestro corazón el deseo de una felicidad infinita.
Pero no siempre acertamos a entrar por la puerta que conduce a esa felicidad, a esa salvación.
Y, a veces, llegamos a pensar que no existe esa puerta, que nunca podremos disfrutar una felicidad a la medida de nuestro corazón.

Pero tú, Jesús, nos dices que existe una puerta que nos hace entrar en la familia del Padre, en el calor de su casa.
Tú, Jesús, eres la puerta, el paso hacia la salvación, hacia la felicidad que colmará todos nuestros deseos.
Eres la puerta que nunca está cerrada, que está abierta siempre y a todos, sin distinción, sin exclusiones, sin privilegios.
Tú eres una puerta abierta, también y de forma especial a los que nos sentimos pecadores.
Tú nos esperas para abrazarnos, para perdonarnos, para curarnos,
para transformar y renovar nuestra vida, para llenarla de alegría plena y duradera.

Señor, tu puerta, la puerta de la felicidad es estrecha, está abierta a todos, pero no está abierta a todo.
No caben todos nuestros caprichos, no cabe el orgullo, el egoísmo, la mentira, la injusticia que hace sufrir a tanta gente...
Ayúdanos a saber renunciar a todo lo que nos aleja de tu perdón, de tu alegría, de tu misericordia
y así, tú puedas llenar nuestro corazón con el amor más grande y la felicidad que no menguará jamás. Amén.


4. Termino la oración   
Doy gracias a Dios por su compañía, por sus enseñanzas, por su fuerza...
     Le pido que me ayude a vivir de acuerdo con el Evangelio
     Me despido rezando el Padre Nuestro u otra oración espontánea o ya hecha.

martes, 29 de octubre de 2019

Martes 29 de octubre

Martes de la 30ª semana del tiempo ordinario

1. Abro el corazón a Dios.
Puede servir la repetición de alguna oración breve:
     "Gracias Señor porque estás siempre a mi lado",
     "Ayúdame a sentir tu cercanía",
     "Quiero estar contigo, Jesús".

2. Lectura del Evangelio. Escucho.
San Lucas 13, 18-21

En aquel tiempo, Jesús decía: "A qué se parece el reino de Dios? ¿A qué lo compararé? Se parece a un grano de mostaza que un hombre toma y siembra en un huerto; crece, se hace un arbusto y los pájaros anidan en sus ramas. Y añadió: A qué compararé el Reino de Dios? Se parece a la levadura que una mujer toma y mete en tres medidas de harina, hasta que todo fermenta".

3. Reflexiono y rezo. Respondo. 
¿Qué me quieres decir, Señor? ¿Cómo puedo hacer realidad este evangelio en mi vida?

Jesús nos enseña la importancia de lo pequeño. Hay que ser fieles en lo poco. En lo cotidiano estamos haciendo crecer la dinámica del amor que es el Reino de Dios. Nadie conoce las buenas consecuencias de una sonrisa, de una palabra de aliento, de un compromiso cuidado y constante. Se siembra una semilla pequeña, pero queda ahí y crece. ¿Qué siembro yo, inconstancias y discordias o ilusión por Jesucristo?

Tenemos la experiencia contraria: una mentira tiene repercusiones que quedan y crecen cada día sin que sepamos cómo. En cambio nos falta confianza en esta Palabra: el bien es difusivo, imparable.

También nosotros somos pequeños, como el grano de mostaza. Si te dejas cuidar y provocar por Dios, si dejas que él pruebe tu amor en la fragua de su Amor, entonces serás como un árbol frondoso en el que todos encontremos sombra, frescura, aliento y descanso.

Quien siembra
siembra con esperanza,
aunque el terreno
no sea el mejor
y tenga piedras,
zarzas,
calveros,
lugares yermos,
pisados caminos
y aves en el cielo al acecho.

Quien siembra
siembra con esperanza,
aunque no sea dueño
del tiempo,
de las lluvias,
de las heladas,
de los vientos,
de las sequías,
ni de los calores
que secan el terreno.

Quien siembra
siembra con esperanza,
aunque no distinga
la semilla,
ni entienda
los procesos
de germinación,
ni los milagros encerrados
en la simiente
que lanza a la tierra.

Quien siembra
siembra con esperanza,
aunque solo esparza
en la tierra y en los corazones
semillas pequeñas,
semillas sin prestancia,
semillas de mostaza,
pues sabe que el Señor
del campo y de la semilla
confía en él y en su tarea.

Quien siembra
siembra con esperanza,
aunque no sea suya la semilla,
ni el terreno,
ni sea dueño del tiempo,
ni sepa de climas;
aunque la experiencia le diga
que hay cosechas que fracasan
a pesar del cuidado
y de cántaros de gracia,

Quien siembra
vive la esperanza,
sueña en parábolas,
lanza buenas nuevas,
goza la temporada
y anhela la cosecha;
pero, a veces, las preocupaciones
le hacen pasar las noches en claro,
y nada se soluciona
hasta que se duerme en tu regazo.

¡Saldré a sembrar
para continuar tu tarea
y cuentes historias
que florezcan en gracia!

Florentino Ulibarri

4. Termino la oración   
Doy gracias a Dios por su compañía, por sus enseñanzas, por su fuerza...
     Le pido que me ayude a vivir de acuerdo con el Evangelio
     Me despido rezando el Padre Nuestro u otra oración espontánea o ya hecha.

lunes, 28 de octubre de 2019

Lunes 28 de octubre

San Simón y San Judas

1. Abro el corazón a Dios.
Puede servir la repetición de alguna oración breve:
     "Gracias Señor porque estás siempre a mi lado",
     "Ayúdame a sentir tu cercanía",
     "Quiero estar contigo, Jesús".

2. Lectura del Evangelio. Escucho.
Lucas 6,12-19

En aquel tiempo, subió Jesús a la montaña a orar, y pasó la noche orando a Dios. Cuando se hizo de día, llamó a sus discípulos, escogió a doce de ellos y los nombró apóstoles: Simón, al que se puso de nombre Pedro, y Andrés, su hermano, Santiago, Juan, Felipe, Bartolomé, Mateo, Tomás, Santiago Alfeo, Simón, apodado el Celotes, Judas el de Santiago y Judas Iscariote, que fue el traidor. Bajó del monte con ellos y se paró en un llano, con un grupo grande de discípulos y de pueblo, procedente de toda Judea, de Jerusalén y de la costa de Tiro y de Sidón. Venían a oírlo y a que los curara de sus enfermedades; los atormentados por espíritus inmundos quedaban curados, y la gente trataba de tocarlo, porque salía de él una fuerza que los curaba a todos.

3. Reflexiono y rezo. Respondo. 
¿Qué me quieres decir, Señor? ¿Cómo puedo hacer realidad este evangelio en mi vida?

Jesús subió a la montaña, subió a orar, a estar con su Padre. La montaña y la noche están acostumbradas a escuchar las confidencias de Jesús y el Padre. Seguir a Jesús es también orar, crecer en la amistad personal de Dios. ¿Qué dices a Dios?

Jesús busca colaboradores para su misión. Dios busca la cooperación de las personas. Dios pide tu ayuda. ¿Para qué? Para predicar, es decir, para anunciar a las personas el amor de Dios; también para expulsar demonios, es decir, para luchar contra la injusticia, la mentira, el pecado... Para ser sacerdotes, laicos comprometidos, religiosos… ¿Qué dices a Dios?

Jesús marca un estilo de actuar. Podría haber actuado él solo, sin colaboradores, pero prefiere llevar adelante su misión en comunidad. ¿Soy persona de comunidad o tiendo al individualismo? ¿Qué te dice Dios? ¿Qué le dices?

Señor, tú llamaste a Abraham, a Moisés, a Samuel, a Jeremías...
a cada uno lo llamaste por su nombre.
Jesús, tú también llamaste a tus apóstoles por su nombre.

Y a mí también me llamas por mi nombre.
(dejo que resuene la voz de Dios en mi corazón, llamándome por mi nombre).
Me llamas por mi nombre, porque me conoces, me conoces mejor que yo mismo.

Conoces mi capacidad de amar, de trabajar, de entregarme, de escuchar y compartir;
esas capacidades que tú me diste y me ayudas a desarrollar,
esas virtudes que alegran tu corazón.

Conoces también mis miserias, mis egoísmos, mi individualismo,
el orgullo que me aparta de ti y los hermanos.
Conoces mi pobreza ¿y me sigues llamando?

Sí. Me amas tal como soy y cuentas conmigo.
Y me repites lo mismo que dijiste a San Pablo:
tu fuerza se muestra perfecta en mi debilidad.
A través de mi pobreza se hace presente la grandeza de tu amor.

Señor, ayúdame conocerme y amarme.
Dame fuerza para responder a tu llamada. Amén.

4. Termino la oración   
Doy gracias a Dios por su compañía, por sus enseñanzas, por su fuerza...
     Le pido que me ayude a vivir de acuerdo con el Evangelio
     Me despido rezando el Padre Nuestro u otra oración espontánea o ya hecha.

domingo, 27 de octubre de 2019

Domingo 27 de octubre

Domingo de la 30ª semana del t.o.C

1. Abro el corazón a Dios.
Puede servir la repetición de alguna oración breve:
     "Gracias Señor porque estás siempre a mi lado",
     "Ayúdame a sentir tu cercanía",
     "Quiero estar contigo, Jesús".

2. Lectura del Evangelio. Escucho.
San Lucas 18, 9-14

En aquel tiempo, a algunos que, teniéndose por justos, se sentían seguros de sí mismos y despreciaban a los demás, dijo Jesús esta parábola: "Dos hombres subieron al templo a orar. Uno era fariseo; el otro, un publicano. El fariseo, erguido, oraba así en su interior:
"¡Oh Dios!, te doy gracias, porque no soy como los demás: ladrones, injustos, adúlteros; ni como ese publicano. Ayuno dos veces por semana y pago el diezmo de todo lo que tengo."
El publicano, en cambio, se quedó atrás y no se atrevía ni a levantar los ojos al cielo; sólo se golpeaba el pecho, diciendo:
"¡Oh Dios!, ten compasión de este pecador. "
Os digo que éste bajó a su casa justificado, y aquél no. Porque todo el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido."

3. Reflexiono y rezo. Respondo. 
¿Qué me quieres decir, Señor? ¿Cómo puedo hacer realidad este evangelio en mi vida?

No sólo estamos llamados a rezar más, estamos llamados a rezar mejor. A veces no rezamos bien, rezamos subidos en la prepotencia, en el orgullo, en la autosuficiencia, en el desprecio a los demás.

Al leer este Evangelio, podemos caer en la tentación de creer que nosotros no rezamos así. No vayamos tan deprisa. Rezamos como vivimos, y ¿quién está libre del orgullo?

La sencilla oración del publicano nos ayuda a vivir y a rezar bajando a la verdad, a la humildad, a la pobreza y a la sencillez.
    ¿Qué te dice Dios? ¿Qué le dices?

A veces, Señor, sólo a veces,
me mueve tu espíritu y la libertad,
me siento henchido de gozo,
y me río a carcajadas del qué dirán
y de lo que se propone como razonable,
bueno, firme y honesto,
porque siento que en mi pecho
está a punto de brotar un manantial
de vida, gozo y novedad.

A veces, Señor, sólo a veces,
harto de este malvivir,
de tanto aparentar y de ser fariseo,
subo al templo a estar contigo
como el publicano del evangelio.
Me coloco en los últimos puestos
sin atreverme a levantar cabeza,
me desnudo en tu presencia
y se opera el milagro esperado.

A veces, Señor, sólo a veces,
me encuentro contigo
junto a los pozos de agua heredados,
o a los árboles gratuitos del camino
soñando recibir lo que necesito;
mas por obra y gracia de tu querer,
que se adelanta siempre,
termino dando de lo que atesoro
para mi desconcierto y tu regocijo.

A veces, Señor, sólo a veces,
me hago sencillo y transparente,
y en esos diálogos sinceros
se me estremece el corazón
y fecundan las entrañas
con tantas semillas de vida y gracia,
que me siento joven y libre
para caminar por la historia
sin tener que justificar mis andanzas.

A veces; Señor, sólo a veces,
leo el evangelio y descubro
que no necesita explicaciones
para que fecunde mis entrañas.

Florentino Ulibarri

4. Termino la oración   
Doy gracias a Dios por su compañía, por sus enseñanzas, por su fuerza...
     Le pido que me ayude a vivir de acuerdo con el Evangelio
     Me despido rezando el Padre Nuestro u otra oración espontánea o ya hecha.