Jueves de la 8ª semana del t.o.
1. Abro el corazón a Dios.
Puede servir la repetición de alguna oración breve:
"Gracias Señor porque estás siempre a mi lado",
"Ayúdame a sentir tu cercanía",
"Quiero estar contigo, Jesús".
2. Lectura del Evangelio. Escucho.
San Marcos 10, 46-52
En aquel tiempo, al salir Jesús de Jericó
con sus discípulos y bastante gente, el ciego Bartimeo (el hijo de
Timeo) estaba sentado al balde del camino pidiendo limosna.
Al oír que era Jesús Nazareno, empezó a gritar: Hijo de David, Jesús, ten compasión de mí.
Muchos le regañaban para que se callara.
Pero él gritaba más: Hijo de David, ten compasión de mí.
Jesús se detuvo y dijo: Llamadlo.
Llamaron al ciego, diciéndole: Animo, levántate, que te llama.
Soltó el manto, dio un salto y se acercó a Jesús.
Jesús le dijo: ¿Qué quieres que haga por ti? El ciego le contestó: Maestro, que pueda ver.
Jesús le dijo: Anda, tu fe te ha curado.
Y al momento recobró la vista y lo seguía por el camino.
3. Reflexiono y rezo. Respondo.
¿Qué me quieres decir, Señor? ¿Cómo puedo hacer realidad este evangelio en mi vida?
"Jesús, ten compasión de mi". Son las palabras del ciego, las palabras
de los leprosos... las nuestras. Con esta sencilla oración reconocemos
nuestras pobrezas personales y sociales, y no pedimos nada concreto a
Jesús. Rezar "Ten compasión de mi" es decir "Dame lo que tú quieras, tú
lo puedes todo, tú sabes mejor que yo lo que necesito". Podemos orar
haciendo nuestros los sentimientos y palabras del ciego Bartimeo.
¿Cuáles
son nuestras cegueras? ¿está bien nuestra mirada? ¿cómo miramos a Dios,
como Padre? ¿vemos en las personas hermanas y hermanos nuestros? ¿qué
vemos en el dinero y en las cosas? Pedimos a Dios luz para descubrir y
reconocer nuestras cegueras personas, familiares, sociales.
A
veces creemos que nuestras cegueras, nuestras pobrezas son solamente un
estorbo, una desgracia. Y tenemos la sensación de que reconocer nuestra
miseria nos hunde, nos anula. Más bien al contrario. Si no somos
conscientes de nuestra debilidad ¿cómo vamos a comprender y perdonar la
debilidad de los otros? Si no reconocemos que a veces no tenemos nada
bueno que ofrecer a Dios ¿cómo vamos a experimentar que Él nos quiere
gratuitamente? El que se humilla, será enaltecido, dice Jesús.
Aquí estoy, Señor,
como el ciego al borde del camino
–cansado, triste, aburrido,
sudoroso y polvoriento,
sin claridad y sin horizonte-;
mendigo por necesidad y oficio.
Aquí estoy, Señor,
en mi sitio de siempre pidiendo limosna,
sintiendo que se me escapa la vida,
el tiempo y los sueños de la infancia;
pero me queda la voz y la palabra
Pasas a mi lado y no te veo.
Tengo los ojos cerrados a la luz.
Costumbre, dolor, desaliento...
Sobre ellos han crecido duras escamas
que me impiden verte.
Pero al sentir tus pasos,
al oír tu voz inconfundible,
todo mi ser se estremece
como si un manantial brotara dentro de mí.
Te busco,
te deseo,
te necesito
para atravesar las calles de la vida
y andar por los caminos del mundo
sin perderme.
¡Ah, qué pregunta la tuya!
¿Qué desea un ciego sino ver?
¡Que vea, Señor!
Que vea, Señor, tus sendas.
Que vea, Señor, los caminos de la vida.
Que vea, Señor, ante todo, tu rostro,
tus ojos,
tu corazón.
Florentino Ulibarri
4. Termino la oración
Doy gracias a Dios por su compañía, por sus enseñanzas, por su fuerza...
Le pido que me ayude a vivir de acuerdo con el Evangelio
Me despido rezando el Padre Nuestro u otra oración espontánea o ya hecha.