Viernes Santo
1. Abro el corazón a Dios.
Puede servir la repetición de alguna oración breve:
"Gracias Señor porque estás siempre a mi lado",
"Ayúdame a sentir tu cercanía",
"Quiero estar contigo, Jesús".
2. Lectura del Evangelio.
Pasión de nuestro Señor Jesucristo según San Juan 18, 1-19, 42.
C.
En aquel tiempo Jesús salió con sus discípulos al otro lado del
torrente Cedrón, donde había un huerto, y entraron allí él y sus
discípulos. Judas, el traidor, conocía también el sitio, porque Jesús se
reunía a menudo allí con sus discípulos. Judas entonces, tomando la
patrulla y unos guardias de los sumos sacerdotes y de los fariseos,
entró allá con faroles, antorchas y armas. Jesús, sabiendo todo lo que
venía sobre él, se adelantó y les dijo:
+. —¿A quién buscáis?
C. Le contestaron:
S. —A Jesús el Nazareno.
C. Les dijo Jesús:
+. —Yo soy.
C. Estaba también con ellos Judas, el traidor. Al decirles «Yo soy», retrocedieron y cayeron a tierra. Les preguntó otra vez:
+. —¿A quién buscáis?
C. Ellos dijeron:
S. —A Jesús el Nazareno.
C. Jesús contestó:
+. —Os he dicho que soy yo. Si me buscáis a mí, dejad marchar a éstos.
C. Y así se cumplió lo que había dicho: «No he perdido a ninguno de los que me diste.»
Entonces
Simón Pedro, que llevaba una espada, la sacó e hirió al criado del sumo
sacerdote, cortándole la oreja derecha. Este criado se llamaba Malco.
Dijo entonces Jesús a Pedro:
+. —Mete la espada en la vaina. El cáliz que me ha dado mi Padre, ¿no lo voy a beber?
C.
La patrulla, el tribuno y los guardias de los judíos prendieron a
Jesús, lo ataron y lo llevaron primero a Anás, porque era suegro de
Caifás, sumo sacerdote aquel año, el que había dado a los judíos este
consejo: «Conviene que muera un solo hombre por el pueblo.»
Simón
Pedro y otro discípulo seguían a Jesús. Ese discípulo era conocido del
sumo sacerdote y entró con Jesús en el palacio del sumo sacerdote,
mientras Pedro se quedó fuera a la puerta. Salió el otro discípulo, el
conocido del sumo sacerdote, habló a la portera e hizo entrar a Pedro.
La portera dijo entonces a Pedro:
S. —¿No eres tú también de los discípulos de ese hombre?
C. Él dijo:
S. —No lo soy.
C.
Los criados y los guardias habían encendido un brasero, porque hacía
frío, y se calentaban. También Pedro estaba con ellos de pie,
calentándose.
El sumo sacerdote interrogó a Jesús acerca de sus discípulos y de la doctrina.
Jesús le contestó:
+.
—Yo he hablado abiertamente al mundo: yo he enseñado continuamente en
la sinagoga y en el templo, donde se reúnen todos los judíos, y no he
dicho nada a escondidas. ¿Por qué me interrogas a mí? Interroga a los
que me han oído, de qué les he hablado. Ellos saben lo que he dicho yo.
C. Apenas dijo esto, uno de los guardias que estaba allí le dio una bofetada a Jesús, diciendo:
S. —¿Así contestas al sumo sacerdote?
C. Jesús respondió:
+. —Si he faltado al hablar, muestra en qué he faltado; pero si he hablado como se debe, ¿por qué me pegas?
C. Entonces Anás lo envió atado a Caifás, sumo sacerdote.
Simón Pedro estaba de pie, calentándose, y le dijeron:
S. —¿No eres tú también de sus discípulos?
C. El lo negó diciendo:
S. —No lo soy.
C. Uno de los criados del sumo sacerdote, pariente de aquel a quien Pedro le cortó la oreja, le dijo:
S. —¿No te he visto yo con él en el huerto?
C. Pedro volvió a negar, y en seguida cantó un gallo.
Llevaron
a Jesús de casa de Caifás al Pretorio. Era el amanecer y ellos no
entraron en el Pretorio para no incurrir en impureza y poder así comer
la Pascua. Salió Pilato afuera, adonde estaban ellos y dijo:
S. —¿Qué acusación presentáis contra este hombre?
C. Le contestaron:
S. —Si éste no fuera un malhechor, no te lo entregaríamos.
C. Pilato les dijo:
S. —Lleváoslo vosotros y juzgadlo según vuestra ley.
C. Los judíos le dijeron:
S. —No estamos autorizados para dar muerte a nadie.
C. Y así se cumplió lo que había dicho Jesús, indicando de qué muerte iba a morir.
Entró otra vez Pilato en el Pretorio, llamó a Jesús y le dijo:
S. —¿Eres tú el rey de los judíos?
C. Jesús le contestó:
+. —¿Dices eso por tu cuenta o te lo han dicho otros de mí?
C. Pilato replicó:
S. —¿Acaso soy yo judío? Tu gente y los sumos sacerdotes te han entregado a mí; ¿qué has hecho?
C. Jesús le contestó:
+.
—Mi reino no es de este mundo. Si mi reino fuera de este mundo, mi
guardia habría luchado para que no cayera en manos de los judíos. Pero
mi reino no es de aquí.
C. Pilato le dijo:
S. —Conque, ¿tu eres rey ?
C. Jesús le contestó:
+.
—Tu lo dices: Soy rey. Yo para esto he nacido y para esto he venido al
mundo; para ser testigo de la verdad. Todo el que es de la verdad,
escucha mi voz.
C. Pilato le dijo:
S. —Y, ¿qué es la verdad?
C. Dicho esto, salió otra vez adonde estaban los judíos y les dijo:
S.
—Yo no encuentro en él ninguna culpa. Es costumbre entre vosotros que
por Pascua ponga a uno en libertad. ¿Queréis que os suelte al rey de los
judíos?
C. Volvieron a gritar:
S. —A ése no, a Barrabás.
C. (El tal Barrabás era un bandido.)
Entonces
Pilato tomó a Jesús y lo mandó azotar. Y los soldados trenzaron una
corona de espinas, se la pusieron en la cabeza y le echaron por encima
un manto color púrpura; y, acercándose a él, le decían:
S. —¡Salve, rey de los judíos!
C. Y le daban bofetadas.
Pilato salió otra vez afuera y les dijo:
S. —Mirad, os lo saco afuera, para que sepáis que no encuentro en él ninguna culpa.
C. Y salió Jesús afuera, llevando la corona de espinas y el manto color púrpura. Pilato les dijo:
S. —Aquí lo tenéis.
C. Cuando lo vieron los sacerdotes y los guardias gritaron:
S. —¡Crucifícalo, crucifícalo!
C. Pilato les dijo:
S. —Lleváoslo vosotros y crucificadlo, porque yo no encuentro culpa en él.
C. Los judíos le contestaron:
S. —Nosotros tenemos una ley, y según esa ley tiene que morir, porque se ha declarado Hijo de Dios.
C. Cuando Pilato oyó estas palabras, se asustó aún más y, entrando otra vez en el Pretorio, dijo a Jesús:
S. —¿De dónde eres tú?
C. Pero Jesús no le dio respuesta.
Y Pilato le dijo:
S. —¿A mí no me hablas? ¿No sabes que tengo autoridad para soltarte y autoridad para crucificarte?
C. Jesús le contestó:
+.
—No tendrías ninguna autoridad sobre mí si no te la hubieran dado de lo
alto. Por eso el que me ha entregado a ti tiene un pecado mayor.
C. Desde este momento Pilato trataba de soltarlo, pero los judíos gritaban:
S. —Si sueltas a ése, no eres amigo del César. Todo el que se declara rey está contra el César.
C.
Pilato entonces, al oír estas palabras, sacó afuera a Jesús y lo sentó
en el tribunal, en el sitio que llaman «El Enlosado» (en hebreo
Gábbata). Era el día de la Preparación de la Pascua, hacia el mediodía.
Y dijo Pilato a los judíos:
S —Aquí tenéis a vuestro Rey.
C. Ellos gritaron:
S. —¡Fuera, fuera; crucifícalo!
C. Pilato les dijo:
S. —¿A vuestro rey voy a crucificar?
C. Contestaron los sumos sacerdotes:
S. —No tenemos más rey que al César.
C.
Entonces se lo entregó para que lo crucificaran. Tomaron a Jesús, y él,
cargando con la cruz, salió al sitio llamado «de la Calavera» (que en
hebreo se dice Gólgota), donde lo crucificaron; y con él a otros dos,
uno a cada lado, y en medio, Jesús. Y Pilato escribió un letrero y lo
puso encima de la cruz; en él estaba escrito: JESÚS EL NAZARENO, EL REY
DE LOS JUDÍOS.
Leyeron el letrero muchos judíos, porque estaba cerca
el lugar donde crucificaron a Jesús y estaba escrito en hebreo, latín y
griego.
Entonces los sumos sacerdotes de los judíos le dijeron a Pilato:
S. —No escribas «El rey de los judíos» sino «Este ha dicho:
Soy rey de los judíos».
C. Pilato les contestó:
S. —Lo escrito, escrito está.
C.
Los soldados, cuando crucificaron a Jesús, cogieron su ropa, haciendo
cuatro partes, una para cada soldado, y apartaron la túnica. Era una
túnica sin costura, tejida toda de una pieza de arriba abajo. Y se
dijeron:
S. —No la rasguemos, sino echemos a suertes a ver a quien le toca.
C. Así se cumplió la Escritura: «Se repartieron mis ropas y echaron a suerte mi túnica.»
Esto hicieron los soldados.
Junto
a la cruz de Jesús estaban su madre, la hermana de su madre María la de
Cleofás, y María la Magdalena. Jesús, al ver a su madre y cerca al
discípulo que tanto quería, dijo a su madre:
+. —Mujer, ahí tienes a tu hijo.
C. Luego dijo al discípulo:
+. —Ahí tienes a tu madre.
C. Y desde aquella hora, el discípulo la recibió en su casa.
Después de esto, sabiendo Jesús que todo había llegado a su término, para que se cumpliera la Escritura dijo:
+. —Tengo sed.
C.
Había allí un jarro lleno de vinagre. Y, sujetando una esponja empapada
en vinagre a una caña de hisopo, se la acercaron a la boca. Jesús,
cuando tomó el vinagre dijo:
+. —Está cumplido.
C. E, inclinando la cabeza, entregó el espíritu.
Los
judíos entonces, como era el día de la Preparación, para que no se
quedaran los cuerpos en la cruz el sábado, porque aquel sábado era un
día solemne, pidieron a Pilato que les quebraran las piernas y que los
quitaran. Fueron los soldados, le quebraron las piernas al primero y
luego al otro que habían crucificado con él; pero al llegar a Jesús,
viendo que ya había muerto, no le quebraron las piernas, sino que uno de
los soldados con la lanza le traspasó el costado y al punto salió
sangre y agua. El que lo vio da testimonio y su testimonio es verdadero y
él sabe que dice verdad, para que también vosotros creáis. Esto ocurrió
para que se cumpliera la Escritura: «No le quebrarán un hueso»; y en
otro lugar la Escritura dice: «Mirarán al que atravesaron.»
Después
de esto, José de Arimatea, que era discípulo clandestino de Jesús por
miedo a los judíos, pidió a Pilato que le dejara llevarse el cuerpo de
Jesús. Y Pilato lo autorizó. El fue entonces y se llevó el cuerpo. Llegó
también Nicodemo, el que había ido a verlo de noche, y trajo unas cien
libras de una mixtura de mirra y áloe.
Tomaron el cuerpo de Jesús y
lo vendaron todo, con los aromas, según se acostumbra a enterrar entre
los judíos. Había un huerto en el sitio donde lo crucificaron, y en el
huerto un sepulcro nuevo donde nadie había sido enterrado todavía. Y
como para los judíos era el día de la Preparación, y el sepulcro estaba
cerca, pusieron allí a Jesús.
3. Reflexiono y rezo. Respondo.
¿Qué me quieres decir, Señor? ¿Cómo puedo hacer realidad este evangelio en mi vida?
- Lee la Pasión como si presente te hallases en esa tierra y en ese
tiempo, no como un mero espectador; lee con tranquilidad y sosiego, sin
ir a buscar nada en especial, imaginando las escenas, los rostros,
dejando que resuenen en el corazón las palabras y los silencios,
deteniendo la lectura cuando algo te impresione, dándole vueltas en el
corazón.
- Después de esta primera lectura, puedes hacer otras, fijándote en los
pasajes en los que encontraste luz o resistencia, en aquellos que
movieron tu gratitud o te llevaron a pedir perdón.
- Y no olvides nunca que Jesús vivió, sufrió y murió por ti, para dar
sentido a tu vida, para que puedas ser feliz, hoy y toda la eternidad.
Cristo está crucificado. La muerte se acercaba. Y Jesús comprendió que
no podía perder esta hora final en la que tantas cosas importantes le
faltaban por hacer y decir. Tendría que ahorrar palabras porque ya no le
quedaba mucho aliento, pero las que dijera tendrían que ser
verdaderamente «palabras sustanciales», su testamento para la humanidad
futura, palabras como carbones encendidos que no pudieran apagarse jamás
y en las que permaneciera no sólo su pensamiento, sino su alma entera,
el sentido de cuanto era y de cuanto había venido a hacer en este mundo,
el último y mejor tesoro de su vida. Y de su muerte. (José Luis Martín
Descalzo).
I. «Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen»
Cuando
hacemos daño a una persona, en el fondo, no sabemos lo que hacemos. Nos
estamos haciendo daño a nosotros mismos. Estamos haciendo daño a Dios.
Jesús, enséñanos a medir las consecuencias de lo que hacemos, ayúdanos a pedir perdón y a perdonar.
II. «En verdad te digo: hoy mismo estarás conmigo en el Paraíso»
¡Qué fácil es robarte el Paraíso! No lo merecemos, pero tu corazón, sin puertas, siempre abierto, nos lo ofrece cada día.
Sólo tenemos que desearlo, pedirlo y disfrutarlo.
III. «¡Mujer, he ahí a tu Hijo! ¡He ahí a tu madre!»
Señor
Jesús, en la cruz, agonizante, nos ofreciste el último presente, el más
hermoso. Nos regalaste a María, tu madre, que, a partir de ese día es
también nuestra Madre.
María, Madre de Jesús y madre nuestra,
queremos acogerte como el mejor tesoro, como la perla más preciosa.
Ayúdanos a acompañar a Cristo, que sigue sufriendo en los más pobres.
IV. «Dios mío, Dios, mío, ¿por qué me has abandonado?»
Dios
mío, Dios mío, ¿Por qué nos abandonas en la duda, en el miedo, en la
impotencia? ¿Por qué te callas, Dios, por qué te callas delante de la
mentira, la mentira y la injusticia?
En la hora de las tinieblas, fortalece nuestra fe, para que nunca dudemos de que Tú siempre estás con nosotros, aunque calles.
V. «¡Tengo sed!»
Jesús, tienes la sed del Amor que no te
damos. Tienes la sed de todas las personas que desean un mundo más
humano, más alegre, más fraterno.
¡Danos sed de Amor, de vida plena! ¡Danos sed! La sed nos conducirá al agua viva que sólo Dios nos puede dar.
VI. «Todo está consumado»
Jesús, todo está cumplido por tu
parte. Tú ya lo has hecho todo, todo bien. El Padre te confío la misión
de amarnos y reconciliarnos y lo has dado todo.
Señor, danos luz y
fuerza para continuar y completar tu misión, para entregarnos del todo, a
fin de que el perdón y el amor de Dios llegue a toda la humanidad.
VII. «¡Padre, en tus manos entrego mi Espíritu!»
Tú
viniste del Padre y ahora al Padre vuelves. Y el Padre te acoge
satisfecho, por tu entrega sin medida. Descansa en Paz, por fin, Jesús,
en la Paz del Padre, eterna.
Padre, en tus manos depositamos nuestras
vidas y entregamos los gozos y las esperanzas, las tristezas y las
angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y
de cuantos sufren. En tus manos, encontramos la Paz y la fuerza que
resucita.
4. Termino la oración
Doy gracias a Dios por su compañía, por sus enseñanzas, por su fuerza...
Le pido que me ayude a vivir de acuerdo con el Evangelio
Me despido rezando el Padre Nuestro u otra oración espontánea o ya hecha.
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