Sagrada Familia
1. Abro el corazón a Dios
Puede servir la repetición de alguna oración breve:
"Gracias Señor porque estás siempre a mi lado",
"Ayúdame a sentir tu cercanía",
"Quiero estar contigo, Jesús".
2. Lectura del Evangelio. Escucho.
San Lucas 2, 22-40.
Cuando llegó el tiempo de la purificación de María, según la ley de
Moisés, llevaron a Jesús a Jerusalén, para presentarlo al Señor [(de
acuerdo con lo escrito en la ley del Señor: «Todo primogénito varón será
consagrado al Señor») y para entregar la oblación (como dice la ley del
Señor: «un par de tórtolas o dos pichones»).
Vivía entonces en Jerusalén un hombre llamado Simeón, hombre honrado y
piadoso, que aguardaba el Consuelo de Israel; y el Espíritu Santo moraba
en él. Había recibido un oráculo del Espíritu Santo: que no vería la
muerte antes de ver al Mesías del Señor. Impulsado por el Espíritu
Santo, fue al templo.
Cuando entraban con el Niño Jesús sus padres (para cumplir con él lo
previsto por la ley), Simeón lo tomó en brazos y bendijo a Dios
diciendo:
Ahora, Señor, según tu promesa, puedes dejar a tu siervo irse en paz;
porque mis ojos han visto a tu Salvador, a quien has presentado ante
todos los pueblos: luz para alumbrar a las naciones, y gloria de tu
pueblo, Israel.
José y María, la madre de Jesús, estaban admirados por lo que se decía del niño.
Simeón los bendijo diciendo a María, su madre:
—Mira: Este está puesto para que muchos en Israel caigan y se levanten;
será como una bandera discutida: así quedará clara la actitud de muchos
corazones. Y a ti una espada te traspasará el alma.
Había también una profetisa, Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser.
Era una mujer muy anciana: de jovencita había vivido siete años casada, y
llevaba ochenta y cuatro de viuda; no se apartaba del templo día y
noche, sirviendo a Dios con ayunos y oraciones. Acercándose en aquel
momento, daba gracias a Dios y hablaba del niño a todos los que
aguardaban la liberación de Israel].
Y cuando cumplieron todo lo que prescribía la Ley del Señor, se
volvieron a Galilea, a su ciudad de Nazaret. El niño iba creciendo y
robusteciéndose, y se llenaba de sabiduría; y la gracia de Dios lo
acompañaba.
3. Reflexiono y rezo. Respondo.
¿Qué me quieres decir, Señor? ¿Cómo puedo hacer realidad este evangelio en mi vida?
Jesús es todavía un niño, un niño débil, indefenso, amenazado... pero
Ana, hija de Panuel, comienza a dar gracias a Dios y a hablar del niño
Jesús a cuantos esperaban la liberación de Israel. La oración y los
ayunos habían afinado tanto la sensibilidad de esta mujer que es capaz
de darse cuenta de que aquel niño es el Enviado de Dios para liberar a
su pueblo.
Si rezásemos más y ayunemos de todo aquello que nos aleja de Dios,
también nosotros sabríamos descubrir la presencia de Dios en nuestro
mundo, en nuestra vida.
¿Qué te dice Dios? ¿Qué le dices?
La gracia de Dios acompañaba a Jesús. La gracia de Dios te acompaña a ti
para que crezcas cada día más en entrega, en felicidad, en esperanza,
en sabiduría, en fe...
“Señor, acompáñame, aunque a veces te olvide”
“Ayúdanos a descubrir tu cercanía”
“Enséñanos a ser buenos acompañantes”
En este día, damos gracias por nuestra familia, por todo lo que Dios nos
ha dado a través de ella. Pedimos por todas las familias, especialmente
por aquéllas que sufren problemas económicos, enfermedad, falta de
entendimiento...
Dios y Padre santo, autor del universo, que creaste al hombre y a la
mujer a tu imagen, Tú bendices y multiplicas el amor de nuestras
familias.
Te pedimos humildemente por todas las familias, especialmente por las
que sufren. Descienda, Señor, sobre ellas tu bendición y la fuerza de
tu Espíritu.
Que en la alegría te alabemos, Señor, y en la tristeza te busquemos;
en el trabajo encontremos el gozo de tu ayuda y en la necesidad sintamos
cercano tu consuelo.
Que la Comunión contigo, Señor, transforme nuestra vida y nuestras
familias den buen testimonio de esperanza, fe y solidaridad con los
pobres.
4. Termino la oración
Doy gracias a Dios por su compañía, por sus enseñanzas, por su fuerza...
Le pido que me ayude a vivir de acuerdo con el Evangelio
Me despido rezando el Padre Nuestro u otra oración espontánea o ya hecha.
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