Martes de la 18ª semana del t.o.
1. Abro el corazón a Dios.
Puede servir la repetición de alguna oración breve:
"Gracias Señor porque estás siempre a mi lado",
"Ayúdame a sentir tu cercanía",
"Quiero estar contigo, Jesús".
2. Lectura del Evangelio. Escucho.
San Mateo 14, 22-36
Después que sació la gente, Jesús apremió a
sus discípulos a que subieran a la barca y se le adelantaron a la otra
orilla, mientras él despedía a la gente. Y, después de despedir a la
gente, subió al monte a solas para orar. Llegada la noche, estaba allí
solo. Mientras tanto, la barca iba ya muy lejos de tierra, sacudida por
las olas, porque el viento les era contrario.
De madrugada se les
acercó Jesús andando sobre el agua. Los discípulos, viéndole andar sobre
el agua, se asustaron y gritaron de miedo, pensando que era un
fantasma. Jesús les dijo enseguida: "¡Animo, soy yo, no tengáis miedo!
Pedro le contestó: "Señor, si eres tú, mándame ir hacia ti andando sobre
el agua". El le dijo: "Ven". Pedro bajó de la barca y echó a andar
sobre el agua acercándose a Jesús; pero, al sentir la fuerza del viento,
le entró miedo, empezó a hundirse y gritó: "Señor, sálvame". En seguida
Jesús extendió la mano, lo agarró y le dijo: "¡Qué poca fe! ¿Por qué
has dudado?
En cuanto subieron a la barca, amainó el viento. Los de
la barca se postraron ante él diciendo: "Realmente eres Hijo de Dios".
Terminada la travesía, llegaron a tierra en Genesaret. Y los hombres de
aquel lugar, apenas le reconocieron, pregonaron la noticia por toda
aquella comarca y trajeron donde él a todos los enfermos. Le pedían
tocar siquiera la orla de su manto; y cuantos la tocaron quedaron
curados.
3. Reflexiono y rezo. Respondo.
¿Qué me quieres decir, Señor? ¿Cómo puedo hacer realidad este evangelio en mi vida?
La experiencia de muchos cristianos es que rezamos poco y a
regañadientes. El Evangelio, sin embargo, nos cuenta como Jesús deja a
la gente y a los discípulos y marcha a la montaña a orar, desde la noche
El
mar es símbolo de peligro. Jesús anda sobre el mar, está por encima de
cualquier inseguridad. Y nosotros, con la fuerza del Espíritu, podemos
andar con firmeza sobre el mar de la vida. Y si en algún momento falla
nuestra fe, pidamos ayuda al Señor y agarremos su mano tendida para
poder seguir caminando.
“Señor, dame seguridad para avanzar en medio del mar del mundo”
“Gracias por la fuerza de tu Espíritu”
“Perdona y cura nuestra falta de fe”
“Dame humildad para pedirte ayuda y agarrar tu mano”
Con tanta protección,
con tanta garantía,
con tanto amparo,
con tanta defensa,
con tanta muralla,
con tanto derecho,
con tanto seguro,
con tanto capricho...
estamos mal acostumbrados
a bregar por el mar de la vida.
Y cualquier imprevisto,
aún el más trivial y anodino,
–la incertidumbre ante el futuro,
el presentimiento de algo nuevo,
la posibilidad de un cambio,
el miedo a lo desconocido,
un dolor fortuito,
la presencia de extranjeros,
la sospecha de nada concreto...–
nos paraliza o produce recelo.
Y tú nos dices:
¿Por qué teméis, hombres de poca fe?
Sólo es una tormenta de verano.
Días hay, es cierto,
en que se nos nubla el cielo
y se pone negro el horizonte.
Los reveses de la vida,
los caprichos de la suerte,
los avatares del destino,
la rueda de la fortuna
o los designios de la providencia, ¡qué sé yo!,
son rayos y truenos ,
y tiemblan nuestros corazones.
El auténtico marinero
se crece en la fuerte marejada,
mientras tierra adentro
hay quien se ahoga en un vaso de agua.
Los chaparrones, por fuertes que sean,
sólo duran horas, nunca semanas;
después viene la calma.
a veces es necesario que diluvie,
pues si no, ¿quién nos quitará tanta costra?,
¿quién nos arrancará las entretelas del alma?
Y tú nos dices:
¿Por qué teméis, hombres de poca fe?
Sólo es una tormenta de verano.
Hay épocas que llueve a cántaros,
y la fuerza del viento huracanado
puede arrastrarnos al desastre:
en unos minutos de inclemencia
destruir la obra laboriosa y paciente
de muchos años de vida y entrega.
Y, entonces, nos tambaleamos,
desconfiamos y andamos a la deriva,
perplejos y angustiados.
¡Señor, sálvanos!
Y tú nos dices:
¿Por qué teméis, hombres de poca fe?
Sólo es una tormenta de verano.
Florentino Ulibarri
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Confieso que me decepciona
el rumbo de la Iglesia,
Y tras la decepción, ¿qué?
¿Arrancar la cizaña?
¿Cambiar de levadura y masa?
¿Sembrar semilla más llamativa?
¿Tirar la toalla?
¿Bajarse de la barca?
¿Quedarse en la orilla?
¿Hacer caso a los cantos de sirena?
¿Desgranar agravios y penas?
¿Sentirse mártir de la causa?
¿Buscar responsables de las fechorías?
¿Aceptar que es ley de vida?
¿Renunciar a la utopía?
¿Cantar baladas de recogida?
¡Pues, no! Tras la decepción...
¡la indignación!
Más esperanza y utopía;
más riesgo y osadía;
más entrega y carne viva;
más comprensión y buena noticia;
más fe y justicia;
más fortaleza, ternura y vida;
más sacrificio y alegría...
aunque sea preciso
ocupar la calle
y pasar noches en vela,
o pegarse un chapuzón,
o volver a la alfarería,
o arreglar la barca,
o ajustar la dirección,
o cambiar de piel,
y hasta la imagen del Dios que nos guía.
¡Mi Dios amigo
y Señor de tanta travesía!
Florentino Ulibarri (adaptación)
4. Termino la oración
Doy gracias a Dios por su compañía, por sus enseñanzas, por su fuerza...
Le pido que me ayude a vivir de acuerdo con el Evangelio
Me despido rezando el Padre Nuestro u otra oración espontánea o ya hecha.
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